Abrió los ojos por la leve iluminación de luz natural que inundaba la habitación, pensando en todo lo que había ocurrido el día anterior. «El despertar. El desayuno preparado por Luisita. La guitarra. Luisita tocándola. I'm yours. El coqueteo detrás de la barra del King's. Carlota. Su miedo y su inseguridad». Cerró los ojos y sacudió la cabeza, eso no quería recordarlo. «Luisita en su puerta. El pijama. El beso en el cuello». Se excitó al acordarse, sonrió ruborizada. «Los abrazos que son casa. Las cervezas. Julia». Se le humedecieron los ojos por la forma en la que Luisita le había narrado ese día, y cómo se había referido a sí misma durante el tiempo que había pasado desde que ocurrió, hasta que se habían conocido: «ausente» fue la palabra. «Ojalá la hubiera conocido antes», deseó. Pero quizás antes no hubiera sido; quizás se encontraron en el momento en que las dos necesitaban. «Su lugar seguro. Los besos de Luisita». Apretó los labios y sintió la imperiosa necesidad de volver a probarlos.Se encontraba bocarriba y notaba cómo estaba en contacto con su espalda mientras la rubia, dormía en la dirección contraria a la suya. El sueño les había vencido abrazadas, pero en algún momento de la noche se habían movido a esa posición. Con mucho cuidado de no despertarla, introdujo un brazo entre la almohada y su cuello, y con el otro le rodeó la cintura, pegando su cuerpo todo lo que pudo a ella. Luisita se acomodó por instinto. Amelia, disfrutaba de la sensación que le provocaba abrazarla y, apartando con la cara sus mechones rubios, comenzó a dejarle pequeños besos en la nuca. Por el sonido de placer que hizo la rubia, Amelia se dio cuenta de que los estaba notando. Luisita se giró sobre sí misma, quedando frente a Amelia, sin salir de entre sus brazos. La morena sonreía por cómo intentaba abrir los ojos, dejándolos ligeramente achinados para mirarla.
—Buenos días, rizos —pronunció Luisita con voz de recién levantada y una sonrisa dibujada en la cara.
—Buenos días, Luisi —susurró y la abrazó escondiéndose en su hombro.
Se habían besado la noche anterior, ¿pero podía ahora volver a hacerlo? Quería, pero la timidez, de repente, se había apoderado de ella, hasta que sintió cómo Luisita le acariciaba el cuello con sus labios. Se retiró para mirarle la cara; la rubia le sonreía y se acercó con lentitud hasta volver a besarla. Era un beso pausado, dulce, sin ninguna intención. Rieron tímidas al separarse. Ya habían dormido juntas, pero era la primera mañana que se saludaban así. Ahora fue la rubia la que hundió la cara en su clavícula, volviendo a dejar una hilera de besitos allí. Había descubierto que le encantaba la piel de Amelia, y sentirla con sus labios muchísimo más.
Se abrazaban y las manos de la una recorrían la espalda de la otra. Entrelazaron las piernas. Amelia levantó ligeramente la camiseta del pijama de Luisita para acariciarle el costado con la yema de los dedos. La rubia se estremeció y le suspiró en el oído. Amelia la atrajo aún más hacia sí, si eso era posible.
Luisita le había confesado que en ella había encontrado su lugar seguro, pero lo que la morena aún no le había dicho, era que aquello era mutuo.
Continuaban abrazándose.
—¿Estás bien? —se preocupó Amelia.
—Mejor que en muchísimo tiempo —contestó Luisita; acompañando esa confesión elevó una de sus manos hasta su cara y, mientras le acariciaba la mejilla, le dejó otro beso en los labios.
Se miraban con el brillo que inunda los ojos cuando descubres algo que te encanta por primera vez.
—¿Y cómo has dormido? —continuó interesándose la morena.
—Pues... estoy confirmando mi estadística —rio y ahora fue Amelia la que la besó a ella. —¿Y tú has dormido bien? —preguntó ahora Luisita. —Es la segunda noche seguida que invado tu cama.