Luisita y Amelia salieron de casa de los Gómez y paseaban con calma hacia casa de la morena.—Amelia, ¿te lo has pasado bien? —preguntó Luisita preocupada.
—Me lo he pasado genial, tu familia es un encanto.
—Bueno, tiene sus cosas, no te creas.
—Como todas, Luisita.
—Y es que mi hermana María... Menuda encerrona —decía la rubia enfadada.
—Encerrona no, ha sido amable. Ha cogido el teléfono porque tú no podías y me ha invitado a que fuera a tomar café.
—No, Amelia, no te equivoques, es una entrometida, seguro que ya está ella montándose sus historias de...
—¿Historias de qué?
—Eh... De nada.
En ese momento el móvil de Amelia empezó a sonar, lo sacó del bolso y vio quién la estaba llamando.
—Es mi hermano, lo voy a coger. —Luisita le hizo un gesto de aprobación.
—Hola, hermanito.
—Hola, Amelia, me ha dicho Natalia que has comido con ellos.
—Sí, me fui hace un rato de su casa. Estoy con una amiga, que nos vamos a ensayar.
—¿Al final vas a cantar en el local que me dijiste?
—Parece que sí.
—Voy a ir a verte. Lo sabes, ¿no?
—Fer, que me da vergüenza. ¿Están ahí las niñas?
«¿Cómo te va a dar vergüenza si cantas espectacular?», pensaba Luisita, que caminaba a su lado y escuchaba sin querer lo que estaban hablando.
—Sí, gritando como locas para que les deje hablar contigo, pero no es le momento, que estamos en casa de mamá y papá, te llamo para avisarte.
—¿De qué?
—Papá te va a llamar.
—¿Y qué? Me llamó también ayer.
—Te va a llamar con la excusa de un caso, para que vengas a Santander y hables con Elena.
—¡¿Qué?! Joder, Fer. Dile que no.
Luisita notó cómo el tono de Amelia había cambiado y la miró de reojo para ver su cara, que también había cambiado y ahora fruncía el ceño en signo de enfado.
—¿Crees que mamá y yo no se lo hemos dicho?
—Dime por lo menos qué Elena no lo sabe y es solo cosa de papá.
«¿Quién será Elena?», se preguntó Luisita al escuchar aquel nombre salir de sus labios.
—Mejor no te digo nada entonces.
—Genial —dijo irónica. — Vale Fer, gracias por avisarme. Te dejo que ahora no puedo seguir hablando, dales un beso enorme a las niñas de mi parte.
—¡Besos, tía! —Escuchó gritar a sus sobrinas antes de colgar.
Amelia tiró su teléfono dentro del bolso y lo cerró con rabia. Luisita se dio cuenta del gesto, detuvo el paseo y cogió a Amelia del brazo haciendo que parara también.
—¿Qué pasa? —preguntó Amelia girándose hacia Luisita.
—Amelia, ¿todo bien?
—Sí, sí, Luisita, no te preocupes.