Continuaban desnudas en la cama mientras Luisita le acariciaba la espalda, dentro de aquel abrazo.—Verás, Luisi... —Cogió aire—. Me fui porque tenía miedo —confesó Amelia resumiendo todo lo que había sentido en esa palabra, y Luisita frunció ligeramente el ceño.
—¿Miedo de qué, mi amor? —le preguntó sin dejar de acariciarla.
—Cada vez que me dices «mi amor...» —Escondió la cara en su cuello, cerrando los ojos y posando sus labios allí.
—¿Qué? —preguntó Luisita muy bajito.
—Creo que me va a explotar el pecho. —Luisita sintió como le sonreía contra la piel y ese gesto hizo que sonriera ella también. Intensificó el abrazo y le dio un beso en el hombro.
—¿De qué tenías miedo? —volvió a preguntarle Luisita.
—De lo que siento por ti. —Agachó la cabeza un poco avergonzada.
Luisita respiró aliviada al oír aquello, no se había ido por nada que las separara, sino por un motivo que las unía aún más. Que tuviera miedo de lo que sentía por ella, era que sentía mucho. Mucho más de lo que se hubiera imaginado sentir por alguien. Más de lo que había sentido nunca por Elena. Y eso, sumado al sabor amargo de la traición y la desconfianza que le había generado su exnovia; había desembocado en aquello.
—Mi amor —pronunció con dulzura provocando que la mirara y comprobando en sus ojos que se derretía con aquellas dos palabras—. Voy a hacer que conmigo no tengas miedo de nada —prometió, y la morena sintió la necesidad de besarla y quedarse en esos labios para siempre.
—Lo siento. —Se disculpó una vez más sin separarse apenas de ella.
—No quiero que me pidas perdón, quiero entender que te llevó a tener ese miedo y así poder evitar que vuelvas a tenerlo. —La morena se aferró a ella, para buscar en ese abrazo el valor que necesitaba para contarle su historia—. Lo vamos a hacer juntas —aseguró Luisita.
—Porque juntas todo es más fácil —contestó Amelia.
—Todo es mejor.
—Lo dejé con Elena porque me di cuenta de que ya no la quería —empezó a explicarle. —Un día, comiendo con Fer, él me contó que se iba a divorciar... Me confesó lo que le había llevado a ese punto de no querer seguir con su mujer y de repente vi muy claro que yo llevaba así con Elena mucho tiempo —Luisita asentía sin interrumpir—. Esa misma noche, llegué a casa, intenté hablar con ella y tuvimos una bronca increíble.
La rubia observó cómo se le empañaron los ojos al recordarlo y «un abrazo de los nuestros» volvió a ser la salvación para Amelia. Disfrutó unos segundos de él y cuando consiguió serenarse, continuó hablando.
—Me echó infinidad de cosas en cara; hasta que se fue de casa dando un portazo. Yo estuve toda la noche llorando, preocupada... La llamaba y no me cogía el teléfono. Volvió a la mañana siguiente para pedirme por favor que le diera una última oportunidad. Cosa a la que le doy las gracias a la Amelia del pasado de que no accediera —bromeó para intentar eliminar el ambiente que se había generado.
—Yo también le doy las gracias a la Amelia del pasado, porque sin su decisión... No te hubiera conocido. —Le dejó un beso en los labios, que no alargó todo lo que le hubiera gustado, para seguir escuchándola.
—Hacía mucho eso —expresó con tristeza.
—¿El qué?
—Hacérmelo pasar mal de manera intencionada. Esa noche podría haber cogido el teléfono y haberme dicho, «Amelia, me resultaba imposible seguir hablando contigo, continuamos mañana», yo que sé, lo que fuera para que yo estuviera tranquila. Pero no. Ese es su estilo... Hacértelo pasar mal siendo totalmente consiente de que lo estaba haciendo.