Luisita se despertó por el frío y se acurrucó sobre ella misma, abrió los ojos y vio que estaba destapada:—¡Meri! —Le dio un tirón al nórdico para cubrirse con él.
—Despertares patrocinados por Luisa Gómez —murmuró María adormilada.
—¿Qué hora es?
—No sé, Luisi, mira el móvil.
—No tengo batería, por eso te estoy preguntando a ti.
—Pues coge el mío y míralo.
—¡Joder, María!
—¿Qué?
—¡Es tardísimo!
Luisita se dio una ducha exprés, se vistió con rapidez y salió corriendo de casa para coger el metro que la llevaba a la universidad. Después de despedirse de Amelia, la conversación con María se había alargado, y de lo que menos se había acordado era de poner el despertador y enchufar el móvil a cargar. Se sentó en el metro luchando para no quedarse dormida hasta que escuchó por la megafonía:
Próxima estación: Ciudad Universitaria.
Se levantó, salió del vagón, y subió las escaleras mecánicas de dos en dos, cruzó los dos tramos de carretera que separaban la salida del metro de los jardines de su facultad y corrió hasta llegar a la puerta donde tenía clase, pero ya estaba cerrada. Sabía que a la profesora no le gustaban las interrupciones, así que se fue a la cafetería a desayunar y esperar a que empezara la siguiente clase. Solo tenían dos esa mañana.
Cuando llegó la hora, cogió el café que le quedaba y entró al aula ante la atenta mirada de Marina. Luisita no se había perdido ninguna clase desde que había empezado el máster.—Luisi, ¿qué ha pasado?
—Ay, Marina. —Se sentó a su lado dejando sus cosas sobre la mesa—. Que me he dormido.
—Te he escrito, pero no te llegan los mensajes.
—Ya... Es que no tenía batería y he dejado el teléfono en casa. —Relajó su espalda en el respaldo de la silla.
—¿Qué te pasa?
—A mí nada, ¿por?
—Luisita, no dejas de sonreír.
El profesor con el que estarían hasta el final de la mañana entró y evitó que Luisita tuviera que contestar a aquello. «Luego no te libras», leyó de los labios de Marina, y le devolvió una sonrisa. Estuvieron el resto de la mañana concentradas en la clase que tenían: una hora de teoría y el resto de la mañana prácticas en la radio, que a Luisita era lo que más le gustaba.
Una vez terminaron las clases, salieron del edificio. Luisita se quedó un momento observando lo bonito que estaba todo bajo la luz del sol de otoño, o quizá no era por el sol, pero ella, ese día lo veía todo de otro color.
Marina le explicó que no haría con ella el trayecto de vuelta, como de costumbre; ella, ese día, tenía que ir a otra zona de Madrid. Luisita intentó despedirse, pero su amiga la interrumpió.—¿En serio que no me vas a contar lo que te pasa?
—Que no me pasa nada, Marina.
—Conozco esa cara, y recuerdo el tiempo que hace que no la veía —insistió. —Luisi, que nos conocemos desde el instituto.
Luisita cerró los ojos y se mordió la mejilla mientras se balanceaba sobre sí misma, con las manos escondidas en la chaqueta.
—Deja de reírte. —Luisita lo intentaba—. ¿Ves? No puedes. —Marina confirmó sus sospechas. —Y te voy a decir otra cosa, estás especialmente guapa.