Bonus 1. CASUALIDAD

6.6K 414 143
                                    





—¿Solo si es conmigo?

—Sí, rizos —afirmó risueña—. Solo si es contigo. —La besó mordiéndole ligeramente el labio inferior y tirando de él al separarse.

—Pero... ¿Todo, todo?

—Todo contigo.

Amelia, que abrazaba su cintura, la levantó en el aire y giró sobre ella misma. Luisita se aferró a su cuello y las dos reían a carcajadas. Dieron varias vueltas hasta que la morena sintió un leve mareo y la dejó en el suelo al tiempo que una ola les alcanzó los pies.

—¡Corre! —grito Luisita cogiéndole la mano y tirando de ella.

Se tumbaron en la manta que habían colocado sobre la arena; una encima de la otra, con las respiraciones agitadas por el esfuerzo. Se abrazaban, a la vez que se comían a besos. El fuego entre ellas les pedía seguir y la situación en la que se encontraban, parar. Una playa a plena luz del día en la que la temperatura era agradable, pero para vestir chaqueta, no era el lugar ideal en el que dejarse llevar por la pasión. A pesar de encontrarse a solas, el paraje era susceptible de recibir a cualquier pescador, paseante o dueño de mascota, junto a ella, que pudiera romperles la magia de un encuentro sexual al aire libre.

—Luisi, para qué si no... —Le suplicó.

—Que si no, ¿qué? —preguntó sugerente.

—No quiero que nos hagamos virales por escándalo público.

—Está bien —contestó resignada tomando asiento a su lado.

—Prometo compensarlo —susurró Amelia en su oído dejándole un mordisco en el lóbulo antes de separarse, que le erizó a Luisita la piel del cuello. —Además... Tenemos algo que celebrar.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué es? Si puede saberse.

—Te lo cuento, pero es un secreto. —Luisita hizo un gesto que sellaba sus labios y Amelia se acercó a su oído. —Tenemos que celebrar que ahora somos novias.

La rubia sonrió ampliamente y buscó la boca de su acompañante para perderse en ella.

—Suena muy bien. «Novias» —repitió.

—Guapa. —Hizo que sus narices se rozaran y le dio un beso en la punta.

La morena sacó un botellín de cerveza para cada una y los abrió ofreciéndole a Luisita el suyo. Dejó que la rubia volviera a sentarse entre sus piernas y la rodeó con sus brazos. Observaban las olas ir y venir. Mecidas por el viento, bajo la sinfonía de las hojas de los árboles que empezaban a caer. Con la tranquilidad del que se ha liberado de todo lo que le pesaba, disfrutaban del silencio, dejándose arropar por el cuerpo de la otra. Siendo solo una.

—¿Y si no volvemos a Madrid y nos quedamos aquí? —propuso Luisita mirando el paisaje.

—Me parece una idea genial. Pospongo las reuniones que tengo y nos vamos unos días a la casa del pueblo. ¿Te apetece?

—Amelia, era broma. No quiero que eludas tus obligaciones por mí.

—Pues yo te lo digo en serio, nos vendrá bien una semana alejadas del mundo. Solas tú y yo —le susurró en el cuello antes de dejarle un beso allí. —¿Crees que podrías saltarte las clases?

—Creo que Marina estará encantada de pasarme los apuntes.

—¿Sí? —preguntó entusiasmada.

—Con una condición. —Amelia esperó a que le explicara cual era. —Tenemos que volver el sábado por la mañana. Le he prometido a Cata que iríamos a comer juntas, y ese «juntas» te incluye a ti.

Sólo si es contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora