Después de la conversación con Gonzalo, María estaba más tranquila, pero no podía dejar de darle vueltas a la situación, necesitaba recuperar a su hermana, pero sentía que ya lo había intentado todo. «¿Qué más puedo hacer joder?, tiene que haber algo, tiene que...» en ese momento Miguel, la sacó de sus pensamientos.—María, te buscan.
Levantó la vista y vio a acercarse hacia la barra a una chica morena de pelo rizado.
—Hola, venía a la prueba.
—Amalia, ¿verdad? —pregunto María mientras salía de la barra para ir a saludarla.
—No, no —sonrió. —Amelia, es Amelia.
—Ay perdona, Amelia, es verdad, que llevo un día que no se ni dónde tengo la cabeza —dijo mientras se acercaba a darle dos besos.
—Perdóname tú que llego tarde —dijo Amelia apurada. —Todavía no conozco bien la ciudad.
—¿No eres de aquí?
Amelia venía de Santander, llevaba un mes en Madrid, durante ese tiempo se había dedicado a instalarse y a conocer la ciudad a fondo. Había estado varias veces allí pero sólo de fin de semana, visitando a amigos o a su prima Natalia, que ahora era con la que vivía, y con su novio, Carlos.
Natalia y ella eran de la misma edad, tenían una relación de hermanas, habían ido toda la vida juntas al colegio y habían empezado juntas Derecho en Salamanca, pero Natalia lo dejó al final del primer año, tenía claro que no era lo suyo, al año siguiente se matriculó en Publicidad y Relaciones Públicas.
Amelia por su parte, no se había planteado si era lo que quería hacer o no, simplemente no le disgustaba la idea. "La artista" le llamaba su madre, porque desde pequeña le encantaba la farándula y sus padres le habían apuntado a clases de todo tipo, danza, guitarra, teatro... aunque nunca se lo planteó como una futura profesión. Cuando las primas acabaron bachillerato, en la familia no se contempló otra opción. Su padre y su tía, Tomás y Teresa Ledesma, abogados, dueños del bufete más importante de la ciudad, que ya lo habían heredado del abuelo de Amelia. Su hermano Fernando y sus primos habían estudiado derecho, era por ello por lo que para Natalia y ella no existía otra posibilidad.
Para Amelia el primer año de carrera en Salamanca había sido fantástico. Vivía en un colegio mayor en el que junto a su prima había hecho un grupo de amigos con los que no se lo podía pasar mejor; se había metido en una compañía de teatro aficionado en la que se sentía muy a gusto, y además llenaban la sala en cada función; las entradas eran baratas y el ambiente universitario de Salamanca se interesaba mucho por este tipo de eventos. A pesar del frio, la ciudad le encantaba, le parecía de cuento, el contraste del color dorado de la piedra arenisca que tienen todos los edificios históricos con el cielo, lo hacían el más azul y bonito que había visto nunca. Cuando no estaba ocupada estudiando o con la compañía, le encantaba perderse en cada rincón emblemático. Cada esquina de la capital de Tormes encerraba una historia que merecía la pena ser contada y escuchada, podía pasarse tardes enteras con un café para llevar en la Plaza Mayor, en la plaza de Anaya o al otro lado del rio, desde donde se observaba una panorámica espectacular de la ciudad. Nunca se cansaba de admirar la belleza que había en aquellos muros. Por supuesto le había seducido del todo la fiesta universitaria. Además de todo esto Amelia se había enamorado, una noche después de actuar, había salido a tomar algo con la gente de la compañía y mientras hablaban y bailaban una chica que hacía rato la observaba se acercó a ella.
—Hola guapa, toma. — la chica le ofrecía una cerveza—. Para ti.
—Hola —contestó Amelia sorprendida mientras aceptaba la invitación. No tenía ni idea de quién era esa chica que tenía delante—. Vaya, gracias, ¿Nos conocemos?