Amelia la envolvía con sus brazos, invadida por su olor, sintiendo cómo el pecho de Luisita subía y bajaba un poco agitado. Tenía los ojos cerrados y se imaginaba las mejillas de la rubia ardiendo, pero no quería separarse para mirarla, aunque se muriera de ganas de verle la cara; no quería romper aquel momento y que Luisita se pusiera aún más nerviosa. Quería hacerle sentir que no pasaba nada; quería hacerle sentir calor, en casa, tranquila, protegida y cuidada.A la vez, no podía evitar darle vueltas a lo que acaba de decir: «Ni se te ocurra pensar que te vas a escapar... Ni de este momento, ni de mi vida», añadió a su pensamiento. Quizá era muy pronto para aquello, pero Amelia no podía evitar sentirlo así. Tenía la absoluta certeza de que Lusita había llegado a su vida para quedarse, no sabía todavía de qué forma, pero para quedarse.
Notó cómo los brazos de Luisita, que al principio estaban rígidos, se rendían a la situación y le rodeaban la cintura. Ese gesto hizo que Amelia sonriera. Ese ejercicio de contención, que la morena había hecho por impulso, había conseguido que Luisita volviera a relajarse. Estaba en su lugar seguro, y estando allí no necesitaba nada más.
La morena comenzó a darle pequeños besitos en el hombro y Luisita le correspondió, acomodándose aún más contra ella.
—Alguien no quiere levantarse de la siesta —pronunció Amelia en voz baja, y Luisita negó sin separarse de ella.
Amelia estiró un brazo para alcanzar su teléfono y mirar la hora.
—Son las cinco y media —informó. —¡Luisi!
—¿Qué pasa?
—¿Hoy no habíamos quedado con Miguel a las cinco para la prueba de sonido?
—Anda, que a buenas horas te acuerdas tú —rio.
—Acabo de recordarlo.
—Hablé con él y lo hemos cambiado para mañana, antes de abrir.
—Vale. ¿A qué hora tenemos que estar en la consulta?
—A las siete. —Y al terminar de decirlo suspiró.
—¿Estás bien? —se interesó Amelia.
—Bien, estoy aquí. —Luisita movió la cabeza para encajarla entre el cuello y el hombro de Amelia—. Gracias —susurró contra su piel, y a Amelia se le erizó la zona al sentir tan cerca el calor de su boca.
La morena no le había dicho nada, cuando Luisita se lo propuso, le dijo que sí sin dudar, pero le daba miedo lo que pudiera pasar allí. Le daba miedo no saber a lo que iba, y también a cómo Luisita se pudiera encontrar después de la sesión.
Necesitaba saber qué había pasado, cada vez más; saber por qué la rubia estaba en ese proceso, cuál había sido el motivo que la había tenido apartada del mundo durante tanto tiempo. Pero sabía que no era el momento de volver a preguntar. Luisita le había prometido que se lo contaría, y ella no contemplaba otra opción que esperar.
A pesar del miedo, quería que Luisita supiera que estaba allí para ella, para lo que necesitara.
—Voy a estar contigo. —Las dos intensificaron el abrazo.
Salieron de casa de Amelia, dando un tranquilo paseo hasta el despacho de la psicóloga. Luisita, que al recibir la llamada lo había digerido bien, con ganas, sabiendo que era bueno para ella, cada vez estaba más nerviosa, porque sabía que iba a tener que revivir lo que le había hecho tanto daño, lo que había revivido tantas veces en su cabeza sin querer; esta vez, de manera intencionada y consciente, y sin poder huir de la situación.