XXIV. El gigante egoísta

12.6K 1.7K 412
                                    

Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
(“El gigante egoísta”, de Oscar Wilde)


Axel pasó corriendo por los pasillos. Ya iba tarde a su clase. Dios, ¡él nunca llegaba tarde a clase! ¡Y mucho menos a Literatura!

Agh. Todo era culpa de Gabriel.

Primero, habían estado hablando por teléfono hasta muy tarde. Y cuando colgaron, Axel se dijo que leería sólo un capítulo... Pero resultó que ese capítulo tenía un final para el que definitivamente necesitabas el siguiente... Y así siguió hasta que ya iba a mitad de la historia; así que Axel se decidió mejor por los números: cuando llegara al capítulo veinte, dejaría de leer. Ese veinte se convirtió en veinticinco. Y luego ya sólo faltaban ochenta páginas y Axel pensó que lo mejor era ya terminarlo de una vez; total, sólo eran ochenta, sería rápido. Y la sonrisa de satisfacción que tenía cuando por fin cerró su libro y dejó caer su cabeza en la almohada –¡la historia había terminado bien!–, murió cuando tomó su celular para investigar si había segunda parte y vio la hora. ¡Eran las 4:03 de la madrugada y él tenía clase a las 7:00 am!

Así que sí, su novio tenía la culpa de que él no hubiera dormido más que dos horas y ahora llegara tarde a clases.

Pero todavía podía llegar a tiempo...si se daba prisa. Tenía dos minutos, eran las 6:58. Y eso es lo que estaba haciendo, por eso corría como loco por los pasillos, aun sabiendo que se veía horrible: marcadas ojeras bajo sus ojos enrojecidos por la falta de sueño, el cabello –todavía húmedo después de una ducha rápida– estaba despeinado y hecho un desastre, el suéter se le pegaba a la piel porque no se secó bien y no se puso ninguna camisa debajo...

Y, para colmo, cuando pensó que iba a lograrlo al dar vuelta por el último pasillo antes de llegar a su salón, se quedó sin aliento cuando chocó contra alguien. Retrocedió, tratando de respirar de nuevo; el golpe había sido fuerte. Dos manos que no reconoció al instante, por lo aturdido que estaba, trataron de estabilizarlo; una se aferró con fuerza a su brazo derecho y la otra acarició su mejilla suavemente antes de quedarse bajo su ojo. Hubo un gentil y preocupado “¿Estás bien?”, a la vez que alguien más gruñó y le gritó “¡Fíjate por donde vas, nerd!”, “¡Cuatro ojos!” dijo otra voz y entonces los demás rieron.

Los ojos de Axel ardieron y no fue por la falta de sueño. Él no necesitaba lentes para ver mejor ni siquiera para leer, pero tenía la vista cansada después de casi no dormir nada y había decidido usarlos hoy. Mala idea, aparentemente.

Tragó a través del nudo en su garganta y levantó la mirada para encontrarse con los ojos verdes más bonitos que hubiera visto nunca. Llenos de culpa. Gabriel lo miraba ya no con preocupación por su choque, sino como si le suplicara entenderlo. Como si quisiera defenderlo, pero no sabía cómo; como si quisiera decir algo, pero no estaba seguro de cómo hacer para enfrentarse a sus propios amigos –los populares– para defender a su novio –de quien casi nadie sabía su existencia–.

Axel lo miró, sintiendo un golpe más en su inexperto corazón. Dios, ¿por qué enamorarse era tan difícil y dolía tanto?

Frunció los labios y dio un paso hacia atrás cuando una voz femenina interrumpió su conexión: —¿Estás bien, cariño? —preguntó la que Axel reconoció como la exnovia de Gabriel. Obviamente ella entendió muy bien la situación—. Ay, ¡ya cállense y vámonos! —les dijo a los demás.

Fue ella y no Gabriel, su novio, quien lo defendió.


* * * * *

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora