XXXIV. El lector (1a parte)

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Me alegré mucho cuando vi que habías aprendido a leer. Me sentí muy orgulloso de ti. ¡Y qué cartas más bonitas me has escrito!
(El lector, de Bernhard Schlink)




Era fin de semana. Gabriel estaba recostado en su cama, Axel tenía la cabeza sobre su estómago y la nariz prácticamente metida en un libro. Le estaba leyendo un poema o algo así.

La verdad es que no le estaba prestando mucha atención. Era, aparentemente, el peor novio del mundo.

Y no es que no le interesaran las palabras de Axel o hubiera dejado de amarlo leyéndole en voz alta. De hecho ahora ya no tenía que leerle nada por necesidad, las lecturas "obligadas" habían terminado con “El mito de la caverna” y todo el revuelo que hubo dicho día con el supuesto despido de la profesora Lu.

Y ese era exactamente el problema. Que la maestra no fue despedida...

Espera. Eso sonó mal. No es que a él le molestara que no fuera despedida. De hecho se alegraba y ahora todos podían reírse de su ridícula ida a dirección para darle una lección de filosofía al director...


«—Incluso amando los libros como lo hago —había sido parte del discurso de Axel—, hay maestros que no saben hacer que amemos la lectura y de hecho logran que lleguemos a odiarla. Pero no la maestra, ella sabe demostrar su amor por la Literatura y transmitirlo y...

Y Gabriel pudo no haber dicho nada. Ya suficiente había sido venir aquí, a costa de uno de sus mayores secretos, prácticamente aceptando frente al grupo que él era uno de esos "raros", que él era gay. Pero después de todo lo que quería a Axel y lo que la maestra hacía por cada uno de ellos, incluyéndolo a él aunque no se lo merecía, de cómo los defendió y estaba dispuesta a arriesgar su empleo sólo por defender a una parte de sus alumnos, los que muchos consideraban como algo extraño, "algo" que necesitaba hacer marchas para defender sus derechos cuando simplemente por ser humanos ya los tenían, personas que parecían tener que recordarle al resto que ellos también eran humanos...

Y de lo agradecido que estaba con ella no sólo por su clase, por las muchas oportunidades que le dio para por fin darse cuenta que la lectura es algo bonito –aunque él todavía no pudiera hacerlo del todo–, de que gracias a ella conoció el amor cuando tuvo que recurrir a Axel para intentar aprobar el curso con trampa...

Como que se sintió necesario hablar, ni siquiera tuvo que pensarlo, las palabras simplemente salieron:

—Logra que incluso aquellos que no amamos leer —él había dicho—, disfrutemos sus textos, sus clases y reflexionemos sobre las letras. En estos últimos meses he aprendido demasiado de la vida. Y sé que no sería así si no fuera por ella —«y por Axel», pero eso no lo dijo.

—No pueden correrla —habían dicho al unísono Axel, Karen y Sarah.

Gabriel sólo había asentido. Sentía como empezaba a encenderse su rostro, porque Axel le estaba dando una mirada llena de adoración. Sus bonitos ojos azules brillaban tanto, o más, como cuando disfrutaba de una lectura. ¿Y es que hay una sensación mejor que saber que tu novio lector te ama tanto, o más, que a sus libros?

Medio escuchó como la maestra decía “Chicos, muchas gracias, pero esto no era necesario...”

Entonces el director se había reído, interrumpiendo a la profesora Lu y sacándolo  de su ensoñación. Sintió que su ceño se fruncía. Todos se volvieron a mirarlo, molestos.

El hombre debía estar más allá de los cincuenta años y su condición física no era la mejor. Su abultado vientre parecía a punto de reventar los botones de su camisa blanca en cualquier momento, casi siempre estaba tirando del cuello  de ésta o de su corbata como si lo asfixiaran. El cinturón estaba por debajo de su ya mencionado y abundante vientre, haciéndolo más evidente. Su risa no era bonita y estaba pasando su enorme mano sobre su escaso cabello. —Por supuesto que no era necesario. Todo esto es ridículo —había dicho, ganándose todavía más el odio de los estudiantes.

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora