XXIII. El corazón delator

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¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces?
(“El corazón delator”, de Edgar Allan Poe)



—¡Basta ya de fingir, malvados! ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón! —la furia de las palabras con las que terminaba el cuento se contradecían completamente con el tono suave que usaba Axel al leerlas.

Los dedos de su mano libre, la que no sostenía el móvil, se enredaban entre los mechones rubios del cabello de Gabriel. La cabeza de éste descansaba en el regazo de Axel. Estaba recostado en el sofá, medio de lado. Mientras que Axel estaba sentado, leyéndole el cuento para la próxima clase.

La habitación les estaba vetada desde el minuto en que Axel le confesó a su madre que sí eran más que sólo compañeros en clase de Literatura, más que amigos...

Axel sonrió. No podía evitarlo. Novios.

—¿Por qué estás sonriendo? —Gabriel preguntó, girándose para mirarlo. Los dedos de Axel terminaron en su frente.

—¿Cómo sabías que estoy sonriendo? —Axel preguntó, entrecerrando los ojos, sin dejar de sonreír.

Gabriel alzó sus brazos y llevó sus manos hasta el rostro de su novio. Hasta las pálidas mejillas que se encendieron apenas él habló: —Me encantan tus ojos —acarició debajo de ellos—. ¿Ya te lo había dicho?

Axel suspiró. Mordió su labio inferior. Y eso, más las mejillas sonrosadas, encendió algo en el pecho de Gabriel y agitó las mariposas de su estómago. Axel negó. Una sonrisa se le escapó.

Gabriel se rio, mientras intentaba sentarse. Lo que fue difícil porque ahora eran un lío de miembros enredados, con las manos de Axel todavía en su rostro y las suyas en los hombros de él, tratando de tomar impulso para levantarse. —¿No? —se rio un poco más cuando falló en su intento y fue Axel quien terminó cayendo sobre él.

Tan incómodo, pero tan perfecto como sus cuerpos encajaban aun cuando estaban en una posición imposible.

Estaban tan cerca que no podía ver bien su rostro, pero Gabriel lo alcanzó a ciegas. —¿No te he dicho que me encantan tus ojos? De ese azul tan único. No me gusta mucho el mar, pero no creo que sean de ese tono. Tampoco como el cielo y prefiero mil veces mirarlos a ellos. ¿Sabes, cuando estás leyendo e intento escucharte, pero todo lo que hago es perderme en tu mirada? Axel, sé que tú te pierdes en la lectura, con cada letra; cada palabra se clava en tu alma, la toma prestada y la lleva a vivir las aventuras que están en esas páginas... Pero yo, yo estaba perdido, tan perdido cuando te conocí... Ni siquiera sabía quién rayos era yo. Pero te vi, vi tus ojos y, Axel, quizá te parezca absurdo, pero creo que me encontré. Me encontré en ti. Y aquí mismo me gustaría perderme para siempre.

Axel tragó a través del enorme nudo en su garganta. Porque no hay nada que un lector anhele más que un amor de novela. Sentir lo que los protagonistas cuando encuentran a su alma gemela. Y, en el fondo, casi todos creemos que nunca lo haremos. Y por eso leemos, resignados. Para sentirlo, al menos, a través de ellos.

Pero aquí estaba Gabriel, siendo valiente, pidiéndole ser su novio, aceptando que era gay y ahora diciéndole esto que sonaba sospechosamente al amor...

Y porque no se sentía listo para desnudar del todo su corazón, se rio. Se rio mientras tiraba de él a una posición más cómoda. Se sentaron lado a lado, puso su cabeza en su hombro mientras jugueteaba con sus manos. Con sus dedos. Como si fuera un niño pequeño explorando, descubriendo –y quizá lo hacía, quizá lo era; tal vez todos lo somos cuando nos enamoramos; sobre todo la primera vez–. Sus ojos permanecieron cerrados y todavía sentía sus mejillas calientes cuando cambio de tema, después de un suave “Gracias” que sentía definitivamente en desequilibrio con todo lo que Gabriel acababa de decir.

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora