Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)

XXXVI. El principito

Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido uno.
(“El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry)

~La maestra Lu~

—...pero no era suficiente —para este punto del discurso Gabriel había sentido que iba a sufrir un infarto, pero era necesario decirlo todo. Que la maestra supiera que lo sentía. Pero, sobre todo, que Axel lo entendiera—. Necesitaba un proyecto y no podía pedirle ayuda a esa persona porque preguntaría por qué y entonces tendría que decirle que...tengo dislexia.

Hubo lágrimas, por supuesto que sí.

Lo extraño fue que no le importó lo que otros dijeran o pensaran. Ni siquiera se dio cuenta de sus reacciones; si hubo sorpresa, desinterés o incluso burlas. Todo en lo que podía pensar era en Axel, en la tristeza en sus mirada, lo triste que se veían sus ojos.

Pero entonces Sarah había hablado “Yo creo que Gabriel ha hecho un gran trabajo. A pesar de todo, aprendió su lección. Y además logró relacionar el texto con su problema. Y no hizo trampa con el proyecto. Fue un audio libro o algo así... Yo se lo leí, maestra.” y quizá eso fue, como dicen, la gota que derramó el vaso porque Axel se levantó y salió del salón sin decirle nada.

Y quiso ir tras él, pero ni siquiera de eso era capaz. Primero porque la profesora le pidió quedarse y segundo porque la energía de su cuerpo había sido aparentemente drenada, no podía obligarse a mover ni siquiera un dedo. Miró, sintiéndose inútil, cuando la maestra le dijo a Sarah que ella también saliera.

El nudo en su garganta se hizo más grande. Quiso prometerle que, de cualquier manera, tendría su libro. O quizá rogarle que buscara a Axel, que se asegurara que estaba bien. Pero tampoco podía hablar y pronto ni siquiera ver, las lágrimas nublaron su vista por completo. Oyó la puerta cerrarse detrás de ella y sus piernas por fin cedieron, cayó sentado junto al escritorio.

No supo si fueron segundos, minutos o una eternidad después cuando la profesora habló: —Gabriel...

Ni tampoco el por qué de su respuesta, o quizá sí. Porque era lo único que realmente le importaba. No su familia, no sus amigos, no la homofobia que podría vivir allá afuera, no las burlas por su dislexia, no reprobar la materia, ni siquiera perder el año escolar. Sólo Axel ocupaba sus pensamientos y su corazón. —¿Qué voy a hacer si no me perdona? —apenas tuvo fuerzas para levantar la cabeza, pero no sirvió de mucho. Eran demasiadas lágrimas para poder verla bien—. ¿Y si me deja?

La maestra suspiró algo como “Ay, Gabriel” y luego vino a sentarse a su lado. —Entiendo que te duela perder a tu amigo, porque es tan difícil encontrar uno de verdad, pero...

—Él no es mi amigo —Gabriel sintió dolor por la fuerza con la que lo dijo, su mandíbula apretada y los dientes rechinando. De cualquiera esperaba que llamaran a Axel simplemente su "amigo", hasta de sus padres, pero no de ella. Precisamente ella que siempre defendió que él amor debía ser libre—. Axel es mi novio y no me avergüenzo de...

Se detuvo cuando sintió la mano de la profesora en su rodilla. La retiró rápidamente porque no quería ahora una denuncia por acoso o algo así, pero Gabriel medio alcanzó a percibir una sonrisa cuando alzó su rostro para verla. —¿Crees tú que yo no sé lo que pasa en mi salón de clases?

Gabriel simplemente la miró. No supo qué decir. ¿No estaban hablando sobre Axel?

—Por supuesto que sé que Axel es tu novio —ella dijo simplemente, como si Gabriel no llevara semanas volviéndose loco tratando de ocultarlo—. Tendría que ser ciega para no darme cuenta de las miraditas entre ustedes, de lo cerca que se sentaban siempre, de la manera en que Axel te mira y cómo tomaba tu mano cuando no estabas seguro de participar. Te dije el otro día que ustedes se merecían y es cierto. Creo que tú le hacías falta a Axel y él a ti, se necesitaban, se complementan. Son tan diferentes que no lo habría esperado, pero tiene sentido que se enamoraran. Tú le tenías miedo a la lectura debido a tu dislexia, no es que la odiaras como parecías pensar, y él es un amante de las letras. Eran piezas opuestas en el rompecabezas, pero esas diferencias son lo que hacen que encajen tan bien. Si fueran iguales no podrían embonar.