XXVIII. La máscara de la muerte roja

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En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar.
(“La máscara de la muerte roja”, de Edgar Allan Poe)


Gabriel miró la puerta y sintió algo desagradable en el estómago. ¿Y si Axel estaba mal? ¿O si no quería verlo? ¿O quizá se había mudado sin avisarle?

Ok. Incluso Gabriel se daba cuenta de que estaba siendo paranoico y cada vez eran más exagerados sus miedos.

Al final se atrevió a tocar el timbre. Tardaron demasiado en abrir la puerta. Hasta llegó a pensar que ya nadie atendería, pero entonces la madre de Axel estaba ahí. Llevaba una bata sobre lo que parecía ser su pijama, estaba algo despeinada y pálida. Su nariz se veía enrojecida y traía un pañuelo desechable en su mano. —Hola —su voz sonaba algo ronca y su sonrisa era cansada.

Gabriel estaba por hablar cuando la voz de Axel se escuchó a lo lejos: —¿Quién era? Te dije que ya iba...

Y Gabriel no podía creer el alivio tan grande que lo inundó. Todo su cuerpo se sintió ligero de inmediato, como si un peso –que ni siquiera había notado estar cargando– se liberara. Su sonrisa era enorme y no podía ni quería evitarla. Lo único que deseaba ahora mismo era abrazar a Axel y besarlo, tocarlo para asegurarse que estaba bien, que seguía aquí y todos sus miedos fueron infundados.

Marah, la madre de Axel, sonrió y le hizo una seña para que entrara. —Es Gabriel —ella se volteó hacia su codo cuando algo de tos llegó en ese momento.

—Dile que no estoy —Axel sonaba extraño y más cerca ahora.

Marah siguió tosiendo un poco más. Sus ojos estaban llorosos cuando miró a Gabriel. Le sonrió un poco y luego gritó, o al menos lo intentó: —No estoy para esto ahora mismo, Axel. Ya hablamos de ello. Maduren y arreglen las cosas mientras cocinan. Me toca el medicamento dentro de una hora. Volveré entonces.

Gabriel quería preguntarle si necesitaba ayuda. Ella se veía débil y caminaba muy lento. Se agarró un lado de la cabeza mientras subía las escaleras.

Pero entonces hubo un débil: —Hola.

Y Gabriel se distrajo por completo al mirar a Axel después de tanto tiempo. Este par de días se sintió como una eternidad. No sabía cómo vivió antes sin él en su vida ni cómo haría si él decidía dejarlo por ser tan cobarde.

Él había querido sólo contestar con otro "Hola", pero salió algo completamente diferente: —Te extrañé.

El hielo en los ojos de Axel se derritió un poco, y entonces Gabriel notó que había ojeras debajo de ellos, y una pequeña sonrisa bailó en sus labios. Pero no dijo nada.

Gabriel se atrevió a acercarse. Porque se sentía como si pudiera literalmente morir si no rompía la distancia entre ellos. Axel había leído mucho al respecto, lo fuerte que es el primer amor y cómo te hace sentir como si el mundo pudiera terminarse sin esa persona; así que a él no le habría sorprendido que uno pudiera sentirse así. Era, después de todo, lo que todo lector desea sentir al menos una vez en su vida.

Pero para Gabriel era algo completamente nuevo e inesperado. No sabía que uno podía sentirse así. Con Sonia obviamente nunca pasó, aunque quizá eso tuviera que ver con que era sólo una novia falsa. Y al haber rechazado por completo su gusto por los chicos, porque ser gay no era una opción, nunca pensó que esto fuera posible. Todo lo que Axel le hacía sentir. Lo hacía incluso querer leer, por Dios. A él que con su maldita dislexia no podía ni siquiera con su propio nombre.

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora