XII. Una apuesta

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¿Cuál de los verdugos es más humano? ¿El que lo mata a usted en pocos minutos o el que le quita la vida durante muchos años?
(“Una apuesta”, Anton Chéjov)



Gabriel fue de los primeros en salir cuando el timbre que anunciaba el final de la clase sonó. No podía retrasarse más porque otra clase lo esperaba y ya se había perdido una. La Literatura le estaba gustando demasiado, pero no podía descuidar las otras materias. Y, además, Sonia ya lo estaba esperando en la puerta. Entre el montón de alumnos que pasaban por el pasillo, ella se abrió paso y se asomó. Sus labios fruncidos eran una clara señal de que estaba molesta. —¿Nos vemos mañana para hablar? —fue lo único que alcanzó a decirle a Axel, de prisa, mientras apretaba fugazmente su brazo.

Axel había asentido, ajeno a todo el desastre emocional que Gabriel era ahora mismo, y le sonrió como despedida cuando lo vio salir corriendo hacia la chica en la puerta.

«Tan cerca y a la vez tan lejos. Amores de tántalo...», Axel pensó con una sonrisa triste.

Mientras guardaba sus cosas con calma, notó que Sarah seguía en su asiento. Y estaba por acercarse y preguntarle si estaba bien, cuando la profesora lo hizo. —¿Sarah?

Ésta arrugó profundamente el ceño antes de mirarla. —No soy homofóbica —fue lo primero que dijo.

La maestra Lu obviamente no se esperaba eso, porque no supo qué decir.

—Sé que mi comentario fue horrible —dijo Sarah, explicándose—, pero la verdad es que ni siquiera soy homofóbica. ¿Usted conoció a Arturo del 224? Él es mi hermano —dijo, después de que la profesora asintiera—, es un año mayor que yo y es orgullosamente gay. Nunca se ha ocultado, ni siquiera de niño. Recuerdo que él aprendió a andar en los tacones de mi mamá antes que yo —sonrió al recordarlo— y él me pintaba las uñas con un esmalte brillante porque yo tengo mal pulso y me quedaban horribles. Todavía lo hace, de hecho. Y lo amo. Lo amo y lo acepto como es. No sé por qué dije eso. Supongo que no soy una buena persona, pero quería aclarar que no soy homofóbica. Porque es algo importante para mí.

La maestra siguió en silencio un momento, pero después dijo:

—En la Literatura, así como en la vida real, no se vive en blanco y negro, hay también grises. Y cada uno de nosotros lo siente a su manera. Lo cual no quiere decir que si tú sientes una historia en blanco y negro está mal. Algunos de nosotros podemos apreciar estos matices más claramente que otros; algunos podemos entender a los personajes y perdonar o justificar sus acciones y otros no, y esto tiene que ver con el tipo de personas que somos fuera de los libros. Depende del contexto y la época de los que formamos parte tenemos una forma de ser y de pensar que influye en el tipo de persona que somos –los valores, creencias, sentimientos, anhelos, comportamientos, etcétera que nos conforman– y todo esto inevitablemente se traslada al lector en el que nos convertimos. Si yo soy rencoroso y me es difícil perdonar, nunca voy a entender a los "villanos" ni voy a saber ver que no siempre son 100/% malos y que los "buenos" no son perfectos. ¿Y sabes por qué? Porque la Literatura imita, a su manera, nuestra realidad y en la vida real nadie es del todo bueno o malo, cada uno de nosotros es un tono diferente de gris. Así que no te juzgo. Eres como eres y no puedo cambiarte, pero sí tratar de entenderte. Y creo que tú sólo estás celosa y a veces algunos sentimientos –como el enojo o los celos– nos nublan la vista y nos impiden ver con claridad; por ejemplo cuando alguien nos cae mal, todo lo que haga o diga, por muy bueno que sea, a nosotros nos parece tonto, ¿te has dado cuenta? E incluso si estamos de acuerdo, lo hacemos a regañadientes, con un “Pues sí, pero...”. Y esto mismo, si te fijas, nos pasa como lectores con ciertos personajes, no necesariamente los "malos", incluso habrá protagonistas llenos de "virtudes" que no sean de nuestro agrado y nos parezca mal todo lo que hacen. Simplemente es así.

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora