I. El síncope blanco

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Y sin poder cambiar una sola promesa, porque ni ella ni yo conocíamos nuestros mutuos nombres, ni sabíamos si reviviríamos, ni en qué lugar de la tierra habíamos caminado un día con firmes pies. ¿La volvería a ver? ¿Era nuestro viejo mundo bastante grande, para ocultar a mis ojos aquella bien amada criatura, que me entregaba su corazón paralizado en el limbo del Síncope Azul? 
(“El síncope blanco”, de Horacio Quiroga)


Axel iba por todos los pasillos del Instituto, con los audífonos puestos y sin mirar fijamente a nadie, con una enorme sonrisa que ni mordiendo sus labios podía ocultar del todo. Estaba tan emocionado. Había esperado este momento mucho tiempo: ¡Por fin tendrían clase de Literatura!

Si él hubiera sido más expresivo de sus sentimientos, habría ido saltando hasta su salón. Pero como no podía, porque él era más bien introvertido, se conformaba con sonreír y caminar con paso firme y veloz. No llevaba música, era el realidad un audiolibro. Y no es que a él le gustaran los audiolibros –ya que su mente solía divagar y se perdía la mayor parte y él realmente amaba leerlos–, pero era preferible a escuchar el bullicio a su alrededor y los comentarios usualmente estúpidos de los demás adolescentes.

Extrañaba tanto a Mónica. Su mejor amiga que ahora mismo estaba de intercambio en Francia, durante los próximos seis meses. Suspiró, casi sin darse cuenta, con tristeza. Iba a extrañarla mucho.

Iba tan perdido en sus pensamientos y los audífonos ahogaban el ruido a su alrededor, así que no escuchó cuando un grupo de chicos y chicas lo llamaron "Nerd enamorado" y se rieron de él. Tampoco notó la mirada del rubio alto que lo siguió durante su trayecto.

Nada de eso importaba. Iba de camino a la mejor clase para alguien que amaba la lectura: Literatura.


* * *

Gabriel, con Sonia colgada de su cuello y medio asfixiándolo, siguió con la mirada al chico raro. Su cabello era demasiado oscuro, un negro brillante con tintes azulados, que contrastaba con su piel demasiado pálida. Era de estatura promedio y delgado, lo que se hacía más evidente al llevar ropa tan holgada. Creyó haber notado un colgante morado en su cuello, pero no estaba seguro ya que había pasado demasiado rápido y perdido en su propio mundo. ¿Estaría escuchando buena música? ¿Sería consciente de que, cada ciertos pasos, daba un saltito ridículo?

Gabriel ni siquiera se dió cuenta de que estaba sonriendo, mientras negaba con la cabeza. Lo envidiaba. No importa la razón, el chico era feliz. No como él, que estaba a punto de repetir su propio infierno personal.

—¡Gabe! —Sonia gritó irritada, como cuando llevaba rato hablándole sin que él escuchara. Por fin sus brazos se habían desenredado de su cuello, pero sólo para que sus manos tomaran con fuerza su rostro y lo hicieran mirarla. Sus ojos marrones estaban entrecerrados y sus cejas fruncidas.

—No me llames así —le dijo él antes de que ella pudiera comenzar su reproche. Porque sus labios apretados decían claramente que estaba a punto de hacerlo. Tomó sus brazos con cuidado para retirar sus manos. Hoy no estaba de humor para soportar esto. El problema no era Sonia y, de hecho, la quería mucho; simplemente no como ella quería, no como debe quererse a una novia. Suspiró y esperó el regaño que quizá se merecía.

Ella también suspiró, aunque fue otro tipo de suspiro; uno que decía "Ya estoy harta de esto". Y él la entendía. Estaba harto también. ¿Cuánto más podrían aguantar esta situación, está relación simulada?

Perdiendo un poco la fuerza de su enojo, ella dijo: —¿Seguro que prefieres no venir con nosotros? Es la primera clase, no te pierdes nada...

Gabriel lo consideró un momento, pero al final negó. Odiaba la idea de ir Literatura y, además, sin su novia y sus amigos. Pero es que ellos ya habían aprobado la materia y él no. Ellos podían saltarse libremente la primera clase de la materia que sea que tuvieran, pero él no. Él estaba condicionado y tenía que aprobar sí o sí, de otro modo perdería el año.

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora