III. Amor verdadero

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Algún día la encontraré, Joe. Quiero lo mejor. Quiero conseguir el auténtico amor, y tú vas a ayudarme. Estoy cansado de mejorarte a fin de que resuelvas los problemas del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el verdadero amor.
(“Amor verdadero”, de Isaac Asimov)




Gabriel esperó ansioso hasta el día siguiente para poder ver al chico, a Axel –ya no volvería a equivocarse con su nombre–, hablar del ruiseñor y el estudiante. Para devolverle su libro y pedirle que accediera a venderle sus resúmenes.

Incluso llegó puntual. Fue, de hecho, el primero en entrar al aula. La maestra Lu, que había estado sentada en su escritorio revisando su celular, levantó su rostro con una sonrisa que se borró al ver que era él. —Gabriel —dijo, no muy feliz.

Profesora —Gabriel respondió con un tono parecido y, después de un leve asentimiento con la cabeza, fue a sentarse casi frente a ella.

Los ojos color miel de la profesora se entrecerraron. Estaba por decir algo cuando alguien más entró. Y diría que fue incluso divertido como, a pesar de ser tan diferentes y llevarse tan mal, el rostro de ambos –de la profesora y de Gabriel– se iluminó al ver que era Axel.

Axel, que venía distraído con sus audífonos puestos y leyendo en su celular, levantó la mirada para encontrarse con la de ellos y unas amplias sonrisas. Era torpe, eso nunca lo había negado, así que incluso tropezó un poco por la sorpresa. Lo que sólo provocó que sus mejillas se encendieran más intensamente. Mordió su labio inferior con fuerza –gesto que Gabriel definitivamente notó– y después balbuceó un “Hola”, para después casi correr a sentarse.

—¡Hola, Axel! ¿Cómo estás? —la profesora lo saludó feliz, un claro contraste con la mala mirada que Gabriel había recibido—. Veo que venías leyendo en tu celular, espero que fuera el cuento de hoy —y, dicho eso, su mirada volvió a Gabriel como diciendo “Espero que esta vez sí hayas leído”.

Y eso bastó para que él tartamudeo y la vergüenza de Axel se esfumaran. —¡Sí, claro! Oscar Wilde es de mis autores favoritos y creo que éste es el cuento que más he leído de él. Tenía un libro con sus relatos, pero lo perdí... —su ceño se frunció levemente al decirlo y miró de reojo a Gabriel, estaba casi seguro que lo había dejado sobre la mesa cuando estaba hablando con él, pero no quería acusarlo por si se equivocaba—. Así que lo leí en línea...

Gabriel tenía el libro aferrado entre sus manos, dentro de su mochila, y estaba por decir algo cuando otros alumnos más fueron entrando y la profesora les pidió de favor acomodar las sillas alrededor del salón.

Luego, cuando Gabriel de nuevo estaba por sacar el libro y entregárselo, la clase comenzó. Y aunque era evidente que Axel –que estaba sentado a su lado– quería hablar, Sarah comenzó diciendo que: —Tengo que decir que me molesta la manera en la que se nos representa a las mujeres en el cuento. Sé que era otra época, pero es injusto que nos hagan ver tan interesadas y superficiales...

Y a Gabriel no le importaba ella, así que hizo mejor uso de su tiempo y escribió una nota que decía “Tengo tu libro, lo dejaste en la cafetería ayer”. Arrancó el pequeño pedazo de papel y lo doblo cuidadosamente. Después tomó la mano libre de Axel, la que no tenía levantada y agitaba furiosamente para pedir la palabra. Axel estaba tan distraído que no notó sus manos juntas, pero Gabriel sí y eso hizo cosas raras en su estómago. Así que le dejó la nota y apartó la suya rápidamente.

Por fin fue turno de Axel y él explicó que: —A mí no me parece que sea así, Sarah —y luego habló más rápidamente porque ella se veía a punto de interrumpirlo—. Sí, evidentemente era una época llena de misoginia. No es que ya no la haya. Pero no lo veo como tú. No sólo la chica es la villana de la historia, aunque la gran mayoría lo vea así. El estudiante también es un malagradecido. Y antes de que digan que él no sabía del sacrificio del ruiseñor, eso no quita lo poco que le importó la rosa. Una rosa que apareció, como por arte de magia, de la noche a la mañana. Una rosa por la que incluso lloró. Una hermosa rosa roja. Pudo al menos conservarla, aunque ella no la quisiera. Él también era insensible, nunca amó realmente a la chica y no valoraba la belleza...

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora