XV. El ladrón del sábado

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Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la tarde.
(“El ladrón del sábado”, de Gabriel García Márquez)





Habían llegado al aula al mismo tiempo, casi chocando en la puerta. Lo que al menos los hizo sonreír y que Axel dejara de sentir esa horrible opresión en el pecho, el dolor al recordar cuando había volteado hacia atrás y vio a la chica abrazando con fuerza a Gabriel.

Y a Gabriel lo dejó respirar de nuevo. Había estado sintiendo como algo horrible subía desde su estómago hasta su pecho, alojándose ahí para retorcerse antes de decidirse a no anidar ahí. Eso no quería quedarse en su pecho, únicamente buscaba hacerlo sentir mal, pues bajaba después a su estómago de nuevo, a revolverlo. Maldita sea. Gabriel sentía como si se estuviera muriendo. ¿Qué demonios era esto?

Y, después de “Hola” mezclado con un par de sonrisas tontas y uno que otro suspiro, entraron al salón entre risas.

Sarah los miraba, con ojos levemente entrecerrados, mientras su pie izquierdo no dejaba de moverse. Sonrió un poco, sus labios torcidos de lado, antes de asentir y apartar la mirada de ellos. Vio entonces hacia su regazo donde estaba ya tecleando furiosamente en su celular. Tenía un plan para desenmascararlos. Gabriel no iba a seguir saliéndose con la suya. No era justo que la maestra Lu ya lo quisiera cuando ni siquiera leía nada.


* * * * *


Cuando la profesora entró con un alegre “¡Hola, chicos!”, Sarah se apresuró a ayudarle con sus cosas para llevarlas al escritorio –que estaba a sólo unos cuantos metros–.

—Gracias, Sarah —y el agradecimiento de ella fue casi una pregunta. Su expresión llena de confusión.

—¡Por nada! —Sarah contestó muy alegre, lo que hizo a la profesora dudar porque Sarah era más bien de estar de malas y buscar algo para quejarse. Era una chica muy lista, de verdad muy inteligente y extremadamente participativa; pero nada de esto quitaba que casi siempre tenía una expresión molesta y solía sonreír, a modo de niña traviesa, sólo cuando algo le salía bien. Muchos odiaban a la pobre Sarah precisamente por esa esencia suya y esa era la razón por la cual –aunque era muy inteligente y muy guapa– se la pasaba sola casi siempre.

Entonces... ¿Por qué hoy estaba tan feliz y servicial?

—Bueno... —la profesora intentó alejar su sorpresa hacia el hecho de que hoy no estuviera gritando ya para llamar la atención, así que dejó de mirarla y miró al resto del grupo—. ¡Hola de nuevo, chicos! ¿Leyeron el texto?

Hubo coro de “Sííí”, un “¡Sí!” emocionado de Axel, un “Sí" de Gabriel mientras la angustia por sentirse perdido o camino a perderse volvía, y uno que otro “¡Seh!” desganado. La maestra suspiró, sólo un poco de lo de siempre. El pan de cada día en esta hermosa profesión. No la malentiendan, amaba enseñar, que sus alumnos leyeran y ver a sus chicos crecer cada día en tantos sentidos; pero ser profesor no es nada fácil.

—¡Muy bien, entonces quiero escucharlos! —y apenas lo terminó de decir cuando, ¡ajá!, Sarah ya estaba queriendo opinar. Ahí estaba la alumna que conocía. Tardó un momento en darse cuenta la diferencia en esta ocasión. Ah, estaba levantando su mano para pedir la palabra en lugar de gritar.

Muy sorprendida le dijo que la escuchaban y Sarah comenzó: —Para no mentir, debo confesar que al inicio no le entendí nada al texto. Es decir, obviamente entendía lo que textualmente me decía. Que había un chico que viajaba solo, cuando tenía vacaciones simplemente tomaba su maleta y se iba sin rumbo fijo. Un lugar que le pareciera bueno, ahí se quedaba por un tiempo. Hasta llega a un pueblo que le parece muy bonito a simple vista y después resulta ser un lugar extraño lleno de gatos. Estos gatos aterrorizan al joven, así que quiere huir de ahí. Pero, para este punto, ya nadie puede verlo. Él se queda perdido ahí para siempre...

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora