XIX. Carta a una señorita en París

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Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito.
(“Carta a una señorita en París”, de Julio Cortázar)

Los ojos de Gabriel estaban cerrados. Había una paz infinita en su corazón; hoy no había opresión en su pecho. Su estómago no se sentía revuelto ni tenía la necesidad imperiosa de retorcer sus manos entre sí. Largos y delgados dedos recorrían su cabello, enredándose entre los mechones ya revueltos, y después masajeando su cuero cabelludo. No pudo evitar sonreír cuando esos dedos dejaron de ser suaves y tiraron con fuerza.

A todo eso siguió la voz algo molesta, pero risueña, de Axel: —¡Gabe! ¡No me estás escuchando!

Su sonrisa se amplió cuando abrió los ojos y se encontró con lo de Axel, tan azules, mirándolo desde arriba. Una de sus oscuras cejas estaba alzada y sus labios fruncidos en un puchero adorable. Le dolían las mejillas a Gabriel por lo mucho que había sonreído el último par de días. Levantó sus manos, para alisar esa ceja, para acariciar sus labios...no estaba seguro qué quería realmente. Quizá sólo tocarlo, sentirlo, asegurarse que era real, que no estaba soñando. Que esto estaba sucediendo, que ellos estaban aquí. Juntos.

Sus manos terminaron ambas presionando las mejillas de Axel. Los ojos de éste se cerraron y puso sus manos sobre las de Gabriel. Habló todavía con los ojos cerrados. —Es real, Gabe.

Gabriel suspiró y se reacomodó para poder sentarse. Habían estado ambos en el sofá: Axel sentado, acariciando su cabello mientras le leía el cuento para la próxima clase; y, de algún modo, Gabriel terminó recostado sobre su regazo, amando la sensación de sus dedos y su voz adormeciéndolo.

—Lo sé —dijo, cuando estuvieron en la misma altura de nuevo, mirándolo a los ojos—. Es sólo que...todavía no puedo creerlo, ¿sabes? Es demasiado perfecto para ser verdad. Nunca me imaginé que llegaría el día en que daría un paso hacia mi libertad, uno solo. Ni siquiera estoy hablando de alcanzarla de golpe. No podía pensar en dar un solo paso, alejarme de un noviazgo perfecto para todos y falso para mí, que dejaría de fingir ser alguien que no soy, no creí que llegaría el día en que una luz pequeñita brillaría y me dejaría ver que no es malo ser como soy, que no está mal si me atraen los hombres y no las mujeres, por muy perfectas que sean. Que está bien quererte. Y, lo mejor, lo más imposible, que tú me quieras.

La sonrisa de Axel era tan dulce ahora. Sus ojos tenían una luz diferente, no era la misma que cuando hablaba de libros, pero seguía siendo hermosa y le hacía a Gabriel imposible mirar hacia otro lado. Ese azul era hipnótico. Perfecto.

Las manos de Axel estaban frías cuando tomó su rostro entre ellas, pero sus labios eran cálidos cuando los juntó con los suyos por un breve momento y dijo “Te quiero, Gabriel. Lo hago. Y esto es real”.

Gabriel volvió a suspirar, cuando sus labios todavía se rozaban. Sintió los de Axel curvarse en una sonrisa. Después se rio porque Gabriel parecía ebrio, ni siquiera pretendió decirlo, sólo salió: —Sabes a fresas.

Axel todavía sonreía cuando Gabriel abrió los ojos. Sus mejillas, usualmente pálidas, estaban un poquito ruborizadas. Sus labios levemente enrojecidos y húmedos. Los rozó con su pulgar, bajó la mirada y se mordió el inferior antes de decir: —Sí. Tú también —pasó la lengua por el mismo labio inferior y luego señaló la mesa—. Estábamos comiendo.

Gabriel miró el tazón vacío, donde antes había habido fresas cubiertas con chocolate, y se rio. Sintiéndose tonto. Había estado tan nervioso de recibir a Axel en su casa. No era la primera vez, pero sí la primera siendo oficialmente novios. Y todo eso que no hizo con Sonia porque nunca le nació hacerlo, con Axel moría por probarlo. Incluso buscó videos –porque los artículos eran difíciles de leer y no había tiempo suficiente para descifrarlos– sobre citas perfectas. Y fue así como terminaron en el sofá, mirándose nerviosos antes de probar las fresas; después Gabriel quiso llevar una a la boca de Axel, pero éste no se lo esperaba y terminó estrellándose en su mejilla. Todavía había ahí una pizca de chocolate manchando su piel.

Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora