Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
(“Los amorosos”, de Jaime Sabines)
Una semana había pasado.Axel estaba cerca de una de las ventanas del salón. Su mirada perdida en ningún punto fijo. No estaba mirando nada en específico. Es más, ni siquiera estaba aquí en mente; era sólo su cuerpo, únicamente su físico cumpliendo con lo que debía hacerse. Nunca antes había estado tan triste, tan sin ganas cuando Literatura era su primera materia.
Parpadeó cuando sintió que sus ojos se iban humedeciendo. Y tragó a través del nudo en su garganta.
—¿Estás bien? —se estremeció completamente cuando escuchó las dos palabras y sintió la pequeña mano en su hombro.
No era el tono correcto, no era su voz, y por supuesto ese no era su toque, no eran sus manos. No era su preocupación. Él ni siquiera estaba aquí.
¿Recuerdas al novio de la tía Clemencia? ¿Como con un simple olor todos sus recuerdos de tantos años atrás regresaron y simplemente no podía no buscarla? Porque era como si cada fragancia de ese lugar le pasara sus dedos invisibles por encima, recordándole las caricias de ella. Arrastrándose sobre su piel, burlándose de que nunca con nadie volvió ni volvería a sentirse así.
Axel se estremeció ante la sensación y el recuerdo. Cerró los ojos, recargó su frente en el frío cristal y cuando los abrió de nuevo estaba otra vez en aquel pasillo que había evitado desde entonces. Ahí donde su corazón se quedó, a pedazos. Por sí, sí, maldita sea, el amor duele.
«Había salido del aula justo después de hablar sobre aquel impresionante beso Malec en el Salón de los Acuerdos, sobre lo valiente que fue Alec al defender frente a todos sus sentimientos. Ni siquiera hicieron falta palabras, el simple acto decía mucho más. Porque sentía que su corazón se estaba rompiendo, como el de Magnus cuando se sintió echo a un lado, cuando pensó que Alec se avergonzaba de él. Y sí, entendía que no era así, que simplemente Alec no estaba listo, así como Gabriel ahora mismo tampoco, pero eso no evitaba que el dolor fuera muy real.
Y afortunadamente la maestra Lu era la mejor y lo notó, le dijo que saliera un momento y volviera cuando estuviera listo. Que lo iban a esperar.
Y entonces, cuando las lágrimas ya no querían detenerse, se detuvo en uno de los pasillos que afortunadamente estaban vacíos. Y lloró en silencio. Dejó que las lágrimas intentaran limpiar todo el dolor que sentía. Porque dicen que llorar es bueno, que cura el alma.
Cuando él –él de quien intentaba huir, el culpable de todo este dolor y también de todo lo bueno en el último par de meses, de sus momentos más felices hablando de libros y también fuera de ellos– preguntó si estaba bien, Axel creyó que se lo estaba imaginando. Tenía que ser, ¿no?
Gabriel no podía estar ahí, preocupado por él, tocándolo con ternura, limpiando sus lágrimas, preguntando si estaba bien, arriesgándose a que los vieran juntos. Tenía que ser su imaginación.
Y casi levanta su mano para tocarlo, para asegurarse que era real. Pero entonces algo cambió en Gabriel, en el ambiente y en él mismo. Y tuvo miedo. Era incorrecto porque, por más que su estúpido corazón lo deseara, Gabriel le había dejado claro que tenía novia. Era incorrecto.
—Gabriel, no...
Y entonces, ni siquiera pudo medir el tiempo, si fue un segundo después, un minuto o una eternidad, porque Gabriel lo estaba besando. Sus manos eran suaves acunando su rostro, sus pulgares acariciando sus mejillas mientras sus labios se movían suavemente sobre los suyos. ¡Lo estaba besando! ¡Su primer beso y con su primer amor!
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Enamorándome del nerd (o Un disléxico enamorado)
Teen FictionTERMINADA» Axel es un bibliófilo: él ama los libros, la lectura, los mundos a los que unas simples letras te pueden llevar. En pocas palabras, Axel es para todos un Nerd. Gabriel es uno de los chicos más guapos del Instituto. Es atractivo, es popula...