Capítulo 22

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Siento la calidez de los primeros rayos del sol en la mañana alumbrar mis parpados, ya es de día. No obstante, me niego a abrir los ojos, no quiero despertar, por lo menos no aún. No tengo muy claro cómo debo actuar o que debo decirle a Ian luego de lo sucedido la noche anterior. Una larga, sensual, pasional y provocativa noche.

Siento la frialdad del colchón al lado contrario en el que me encuentro acostada, Ian no está, y por lo visto se levantó mucho más temprano. Finalmente me animo a levantar los parpados y confirmo mis sospechas: Estoy sola en la habitación, no veo rastro alguno del vikingo. Quizás se marchó temprano para evitarnos la angustiosa labor de tener que darnos explicaciones o escusas el uno al otro.

«Patético», pienso un poco desanimada, si soy sincera, en el fondo me hubiese gustado encontrarlo a mi lado al despertar «¡Reacciona Harley!, no seas ilusa, fue tan solo una noche loca, no significo nada para ninguno de los dos», me regaño mentalmente, pero a pesar de las duras palabras de mi cerebro la angustia me invade. Continúo acostada en la cama cuando escucho como el picaporte de la puerta se gira, recuerdo que estoy desnuda por completo por lo que mi primer instinto es cubrirme con las sábanas hasta el torso.

«Un poco tonto después de lo sucedido anoche».

La puerta de la habitación se abre y aparece Ian, está vestido con su usual ropa de trabajo y entre sus manos lleva una bandeja cargada de comida y zumo.

—Buenos días cariño—saluda, se ve animado.

Solo con verle un escalofrío recorre mi espalda, lo recuerdo todo, su confesión, mi impulso a besarle, las caricias...

—Buenos días. —Casi ni puedo mirarle al rostro.

El vikingo se sienta junto a mí y coloca la bandeja en la cama. Con su dedo pasa uno de los mechones de mi cabello por detrás de la oreja.

—¿Cómo dormiste?

—Bien. —Por fin le miro a los ojos, se ven cargados de ternura.

Agarra una de las tostadas de los platos y la lleva a mi boca para que coma.

—Ten, aliméntate, anoche gastaste mucha energía.

Bajo la mirada para evitar que contemple mi sonrojo, le escucho reír. Cabrón, se está divirtiendo. Pasan varios minutos de silencio y decido encararle.

—Ian, con respecto a lo de anoche...—Debo encontrar las palabras exactas, pero es difícil.

—Quiero pedirte disculpas. —Me interrumpe.

«¿Disculpas? Debí imaginarlo, debe estar muy arrepentido, ¿talvez ni se acuerde de todo debido a los efectos del tequila?». Mis pensamientos deben verse reflejados en mi rostro porque el vikingo, sosteniendo mi mentón para que le mire directamente a los ojos, se apresura a añadir.

—No me refiero a eso Harley. —Me dedica un efímero beso en la mejilla para luego poner serio su semblante—. Hablo de todo lo que te dije en el despacho, sobre hace cinco años, sobre el asesinato...sobre Melanie, yo solo...necesitaba desahogarme.

Se ve triste, lastimado, no puedo evitar sentirme mal por él, pero como soy una persona que actúa antes de pensar, cuando quiero percatarme estoy junto a él abrazándole, ni siquiera me importa que las sabanas se deslicen permitiendo ver mi desnudez.

—No vuelvas a repetir las palabras de anoche más nunca. ¿Me entiendes idiota? Jamás.

Mi voz es suave, pero no por ello carente de firmeza. Ana tenía razón, desde que conocí al vikingo me empeñé en demostrar su inocencia, en creerle, obvio no voy a permitir que fuese él mismo quien destruyese esta idea. Me aparto un poco de Ian para poder mirarle a los ojos.

OJALÁ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora