Capítulo 7

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Con el paso de las horas, descubro que Ian no se equivocaba respecto al calor y altas temperaturas de Texas; las caballerizas parecían un infierno en la tierra y el trabajo, la verdad, no ayudaba mucho a la situación. Luego de llevar a Sombra de paseo, Cooper regresó para indicarme los lugares por lo que debía de iniciar la limpieza, mientras yo quitaba toda la suciedad, él se encargaba de cambiar y reparar algunas de las maderas o tablas que necesitaban urgentes remplazos en los establos.

Más de una vez fue necesario que el vaquero me ayudase a levantarme del suelo debido a mis constantes caídas resultado de la mezcla de mugre y excremento. «Ahora sé cómo se sintió Hércules al tener que limpiar los establos de Augías, la única diferencia es que él era un semidiós y yo una simple mortal». Siempre supe que el trabajo de campo era difícil y complicado, pero jamás imaginé hasta que nivel. Mi ropa, antes blanca, ahora pasaba por diversas tonalidades de colores entre marrón, gris y negro, si hubiese imaginado que terminaría limpiando estiércol habría elegido otro conjunto. Recuerdo la sonrisa maliciosa de Ian cuando estábamos en la cocina y Cooper sugirió que me cambiase, él sabía que terminaría arruinando la ropa y, aun así, no me dio elección. Endemoniado vikingo, juro que me las pagará. ¿Acaso hacerme la vida imposible era parte de nuestro acuerdo? ¿Por qué diablos se comporta así cuando fue él quien me propuso matrimonio?

Las preguntas se repiten en mi cabeza una y otra vez sin obtener respuestas, pero ¿Qué se supone que hiciese? Era esto o ir a la cárcel, donde de seguro estaría más de un año. Por lo menos no todo es tan malo, los trabajadores de la hacienda, además de Cooper, son todos muy agradables, se respiraba una tranquilidad y paz que me gustaban; todos eran como una enorme familia. También me encontré más de una vez con algunos elementos que llamaban mi curiosidad, el mayor de todos era la habitación sellada del piso superior de la casa, nadie murmuraba a escondidas sobre el oscuro pasado de Ian, dudo mucho que alguien en este rancho pensase que el vikingo era verdaderamente culpable, a excepción de Roger claro. Ese hombre me ponía nerviosa cada vez que estaba cerca de mí, me hace sentir vigilada; luego de su clara muestra de desprecio hacia mi persona, lo vi otro par de veces que se acercó a las caballerizas para charlar con Cooper, o sino a lo lejos paseando junto a Ian; no obstante, siempre podía sentir sus ojos sobre mi espalda, esperando a que diese un mal paso.

En parte le entendía, sobreprotege a su amigo; si Ana hubiese pasado por una situación semejante a la de Ian, quizás yo tomara la misma actitud de Roger con tal de protegerla. Aun así, no puedo evitar sentirme como si estuviésemos jugando al gato y al ratón. Cerca del mediodía, aprovecho que nos encontramos solo Cooper y yo en el establo para interrogarle y poner fin a algunas de mis dudas.

—¿Desde cuándo se conocen Ian, Roger y tú?

—Prácticamente desde niños, mi padre trabajaba en esta hacienda para el abuelo de Ian y el padre de Roger era el abogado encargado de la administración de los terrenos, siempre jugábamos juntos y según fuimos creciendo decidimos trabajar juntos también.

—¿Debe ser magnifico tener tan buenos amigos? — añado.

—La verdad es que sí, somos muy unidos, a pesar de nuestras diferencias.

—¿Diferencias?

—Ian y yo amamos la vida en la hacienda, sin embargo, Roger no la soporta, el prefiere la ciudad.

Asiento con una cálida sonrisa, pienso detenidamente en mis siguientes palabras, no sé cómo Cooper se vaya a tomar mi pregunta.

—Roger me dijo que fue el quien llamo a la policía hace cinco años cuando...

Dejo la frase a medias, casi en un susurro, puedo ver la espalda del rubio vaquero tensarse ante mis palabras, se gira hacia mí para mirarme fijamente a los ojos, pensé que vería enfado en su rostro, pero sus facciones solo reflejan tristeza.

OJALÁ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora