Capítulo 28

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Pasó el tiempo y cada día era una nueva aventura intentando montar a Sombra, amaba el viento en mi rostro y la adrenalina que subía por mis venas cuando galopábamos juntas, ya la yegua se había acostumbrado a sentirme sobre su lomo. Luego del primer intento pedí a Ian que el resto de las practicas fuesen con el menor público posible, no deseaba que Sombra volviese a asustarse debido a la cantidad de gente realizando apuestas, el vikingo estuvo de acuerdo y siempre tenía a todos los trabajadores ocupados en ese horario. De todos modos, la gran mayoría habían perdido el interés de verme montar luego que les hice perder su dinero ante Cooper.

Cuando tuve dominado lo básico y el miedo de cabalgar con Sombra se había esfumado por completo, Ian nos permitió a ambas salir del corral libremente y dar vueltas por la hacienda. Me encontraba más feliz que nunca desde que el vikingo me pidió que me quedase aun pasado el año, desde ese día, todo ha sido amor y calidez entre nosotros. Además, el simple hecho de no tener que despedirme ni de él ni de la yegua me han tenido soñando despierta por todos los rincones, incluso logre escribir más ideas y fragmentos para mi libro.

Esta mañana no iría a ver a la yegua, había quedado en reunirme con Diana en un café para contarle las buenas nuevas, el vikingo me llevaría en la camioneta y luego de terminar sus propios recados regresaríamos juntos, no obstante, salimos más tarde de lo previsto debido a que pasé las primeras horas del día encerrada en el baño vomitando, por lo visto, la cena de la noche anterior me había caído mal.

Cuando montamos en la camioneta mi aspecto debía de ser espantoso porque Ian me observaba preocupado. Me había recogido el cabello en un moño alto, unos simples pantalones negros de tela, un poco anchos, y una fina camisa de tirantes de color blanco. No quería nada de ropa apretada, mi propio cuerpo me pedía libertad, si sentía algo apretándome el estómago me notaría nuevamente vomitando en el baño. También coloqué un poco de maquillaje sobre mi rostro con tal de disimular la palidez que me envolvía, mi piel de por si era en extremo clara, pero hoy había superado los límites.

—¿Segura que quieres ir? —preguntó preocupado—¿No preferirías quedarte a descansar un poco?

Le muestro una sonrisa tranquilizadora.

—Estoy bien, es tan solo un malestar de estómago. —Aunque se sienta peor—. Seguro que cuando comience a andar con Dy y tomar un poco de aire se me pasa.

Una excusa tonta si consideramos que la hacienda esta al aire libre. No obstante, el vikingo no presta atención de ello, continúa con la mirada fija en mis ojos. Puedo jurar que se plantea si creerme u obligarme a pasar el día en cama guardando reposo hasta que me sienta mejor. Parece decantarse por la primera idea.

Arrancamos y emprendemos el viaje en silencio hacia la ciudad. Aprovecho para sacar mi teléfono celular y descargar algunas canciones del grupo Dvicio y así poder escucharlas más tarde; desde que oí a Ian cantar aquella canción en su despacho me dio curiosidad saber más de ellos. Por lo visto tienen un buen número de temas y concentrada en buscar sus canciones me distraigo de mis propios malestares.

Al aparcar la camioneta en el garaje del centro comercial Ian vuelve a girarse a mí.

—¿Estás segura que no prefieres que regresemos a casa?

Niego con la cabeza.

—No te preocupes. —Intento sonreír para que se relaje un poco—. Ve a encargarte de tus asuntos de trabajo, yo estaré bien y nos veremos en la tarde.

—Eres una cabezona—suelta un suspiro al notar que no cambiaré de opinión y me besa suavemente en la mejilla.

Bajo del carro y comienzo a caminar hacia el local de Diana, ya eran tantas las veces que había venido desde que me casé con Ian que conozco el camino de memoria. El centro comercial está un poco repleto de personas el día de hoy y tanta multitud me abrumaba por lo que acelero el paso. Al cruzar las puertas de la librería, observo a Dy al otro lado del mostrador con una sonrisa de oreja a oreja mientras habla por teléfono. Al percatarse de mi presencia, brinda una disculpa a la persona con la que conversa y cuelga, no puedo evitar sentirme curiosa al verla irradiar felicidad por todos los poros.

OJALÁ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora