Los días pasaron y debo admitir que es más que claro el cambio que ha dado mi relación con Ian Cates. Las peleas y sarcasmos continuaban, principalmente en público, la única diferencia es que ahora, la mayor parte del tiempo, terminan con cálidos besos, abrazos y susurros, muchas veces iniciados por el vikingo quien se ha empeñado en hacerme caer en la tentación de sus caricias. No obstante, yo continúo necia a esa idea desde que descubrí que le quiero. Quizás la culpa de esta situación sea mía por no haberme sabido controlar la noche de Navidad, no debí de haberle besado, desencadene todo; aun así, tampoco se puede negar que llevábamos jugando con fuego casi desde que nos casamos. Mi subconsciente suele decirme que es algo que iba a suceder tarde o temprano.
—¿Por qué te niegas tanto?
Me pregunta Ian mientras estamos en la cocina, me abraza por la espalda cuando me hallo desprevenida trabajando en mi ordenador, sin embargo, ya ni siquiera pienso en la respuesta. Esta se encuentra inscrita de manera automática en mi vocabulario, esperando el momento justo para salir.
—No era parte del contrato.
—Eso no pareció importarte la otra noche.
Abro los ojos de par en par, no tengo forma de replicar su argumento y él lo sabe.
«Malditos impulsos, maldito bastardo ... maldito vikingo diabólico».
Ni siquiera le miro cuando salgo de la cocina por la puerta trasera, cada vez es más complicado aguantar el no besarle. Voy corriendo a ver a Sombra quien se ha convertido este último mes en mi confidente más leal. Por las fiestas de Navidad no tuve mucho tiempo para estar junto a ella o visitarla debido a que solo se encontraba Ian trabajando en la hacienda y era él quien la cuidaba. Ahora que iniciábamos el año nuevo y los trabajadores poco a poco regresaban, sin contar que el vikingo tenía que arreglar los preparativos para marcharse a la convención de criadores de caballo este fin de semana, vuelvo a tener instantes de soledad para volver a estar con la yegua.
—Hola amiga. —Me anima ver como el animal reacciona a mi voz y se acerca por voluntad propia a mí—. Ha sido un duro día.
Le entrego unos cubitos de azúcar que tomé de la cocina mientras le cuento las experiencias de los últimos días con el vikingo, no puedo dejar de pensar en todo lo sucedido, no puedo dejar de pensar en la noche de Navidad al sentir sus labios y su cuerpo sobre el mío.
¡No! Me niego a mí misma a retomar esos recuerdos, tengo que ser fuerte, resistir...aunque no sé de donde continuaré sacando las fuerzas necesarias para hacerlo. Busco el cepillo para peinar a Sombra como se me ha hecho costumbre. Me percato que lo han sustituido por uno nuevo, con hebras más fueres que limpiaran mejor el cabello de la yegua, siento que mi corazón late a toda fuerza, solo Ian pudo haberlo cambiado ¿Habrá sido porque yo se lo pedí la vez que regresábamos a la hacienda en la camioneta? Niego con la cabeza.
—No puede ser, no creo que se fije tanto en lo que le digo ¿Tú sabes algo amiga?
Le pregunto a Sombra. Ojalá y ella pudiese hablar y contarme quien dejo aquí el cepillo; reviso más detenidamente todo el corral y veo que ha sido limpiado a mayor profundidad: las tablas que lo componen, antes llenas de grietas y podredumbre, ahora han sido cambiadas por nuevas, lo mismo pasa con los cerrojos y el heno donde Sombra come y duerme.
—Parece que alguien más además de mi está mimándote.
La yegua relincha tras mis palabras y yo sonrío, parece difícil de creer, pero en el fondo agradezco el accidente que tuvimos ambas, fue el punto detonante de nuestra amistad y, aunque aún no me animo a montar a Sombra y no pienso que suceda en un futuro, me encanta peinarla, alimentarla, charlar con ella, leer a su lado, o tan solo observarla. Jamás pensé ser tan cercana a un caballo, pero con Sombra vale la pena. Al inicio decía que la yegua solo necesitaba consuelo y amor tras la pérdida de su familia; no obstante, creo que ella es quien me ha consolado a mí en el tiempo que llevo viviendo en la hacienda. Sombra recuesta la cabeza en mi hombro y yo sonrío, le gusta este tipo de cercanías al igual que a mí, sin embargo, apuesto lo que sea a que si fuese otro caballo el que hiciera eso ya hace buen rato que habría salido corriendo.
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OJALÁ...
RomanceÉl necesitaba una esposa, ella necesitaba dinero. Enamorarse no era una opción...pero el destino tenía otros planes.