El día comenzó parcialmente nublado desde las primeras horas de la mañana, para cualquier otra persona hubiese significado problemas y mala suerte, en cambio, para mí, es como respirar paz y tranquilidad. Daba gracias a Dios que según transcurren los días del mes, cada vez es menos el abrazador calor de Texas. Como siempre, Ian y yo fuimos de los primeros en despertarnos bien temprano, hoy teníamos planeado ir a la ciudad, él para resolver unos asuntos de trabajo y yo para presentar a Dy con Ana.
Me arreglo lo más rápido que puedo vistiendo unos sencillos vaqueros y un jersey de cuello de tortuga, me coloco mis pequeñas botas de cuero que llegan hasta mis tobillos y luego bajo junto con Holmes hacía la cocina a por un poco de café. Es como una especie de ritual mañanero que me había creado tan solo por el simple hecho de no ver al vikingo salir del cuarto de baño medio desnudo o como se cambiaba de ropa en mi presencia. Además, desde ayer en la tarde, luego de nuestro encuentro en la cocina, me pasé toda la noche pensando si en verdad me dijo esas palabras que hicieron a mi corazón latir como un motor o fueron solamente un producto de mi imaginación: «¿Qué es lo que me estas provocando niñata?».
Había intentado no hablar mucho con Ian luego de eso, pues cada vez que lo hacía era capaz de escuchar la frase una y otra vez dando vueltas en mi cabeza. Aparto todos estos pensamientos de mi mente, aun me queda todo un año junto al vikingo, debo relajarme. Mientras sirvo mi café, escucho unos pasos bajar por la escalera, espero ver en cualquier segundo a Ian cruzar la puerta de la cocina, pero en lugar de ello me sorprendo cuando es Ana quien aparece delante de mí.
—Buenos días—dice con una sonrisa de oreja a oreja.
—Buenos días—contesto—¿Qué tal has dormido?
—Muy bien, la habitación es muy cómoda, debo agradecerle a tu marido. —Un escalofrío recorre mi espalda ante esta última palabra—. ¿Es café lo que huelo?
—Recién hecho.
Le ofrezco una taza a Ana, quien ya está sentada en una de las sillas junto a la mesa de la cocina. Río cuando mi amiga me cuenta como ha extrañado a su novio la noche pasada para que la abrazara y la protegiera de las bajas temperaturas.
—Eres una romántica de la vida. —No puedo contener la risa ante su expresión anhelante.
—Claro—dice sarcástica—. Tú ríete, como tienes un esposo que te abraza fuertemente en las noches no sabes lo que es pasar frío.
Casi me atraganto con el café al escuchar las palabras de Ana, tengo que esperar unos segundos a que se me pase la toz y mi respiración se normalice para poder hablar.
—No digas tonterías. —Me quejo alzando un poco la voz—. No bromees con esas cosas.
—¿Y quién dice que bromeaba?
Voy a volver a contestar cuando siento una mano que se posa suavemente sobre mi hombro para luego sentir la cálida sensación de un beso depositado en mí mejilla. No es ni siquiera necesario que le mire para saber que se trata de Ian, el aroma de su colonia comienza a convertirse en algo familiar para mi olfato, por no hablar de su suave tacto.
—No es necesario que disimules cariño—susurra en mi oído—. Creo que tienes suficiente confianza con tu amiga como para contarle las buenas noches que pasamos juntos.
—No seas idiota.
Respondo a la par que me sonrojo mientras es Ana quien se carcajea esta vez, lo bueno de tener a mi loca amiga conmigo en la hacienda es que, por lo menos, delante de ella no tengo que disimular que soy la enamorada y romántica esposa de Ian Cates. «Aunque ahora que lo pienso, creo que todos en la hacienda piensan que Ian y yo poseemos algún estilo de amor-odio como en las películas de comedias románticas». Giro para encararme con el vikingo, pero lo que veo me deja sin habla. Se encuentra completamente vestido con un traje negro de negocios y una camisa blanca, muy parecido a...
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OJALÁ...
RomanceÉl necesitaba una esposa, ella necesitaba dinero. Enamorarse no era una opción...pero el destino tenía otros planes.