En el camino de regreso a casa en la camioneta nos mantenemos en un completo silencio, aun me cuesta trabajo creer como un repentino impulso me llevo a arrojarme a los brazos de Ian. No puedo permitir que ese error se repitiese, debo de contener mis emociones. No debo dejarme sentir ningún tipo de sentimentalismos hacia él, ni siquiera empatía; después de todo, me marcharé luego de la culminación de nuestro acuerdo dentro de un año. Las cosas están resultando más difíciles de lo que supuestamente deben ser.
Pasado el incómodo momento frente a la librería de Dy nos despedimos de esta y regresamos a la camioneta. Ninguno de los dos mencionó palabra de lo ocurrido, yo por vergüenza e Ian para que no ponerlo todo más extraño; aunque estoy segura que tenía varias preguntas para mí, tal vez solo no encontrase las palabras exactas para sacar el tema a la luz.
Más de una vez pienso en decir algo para romper el tenso silencio, pero todas las escusas que pasan por mi mente tan solo suenan más bochornosas. Ante mí sigo viendo la cara de emoción de Dy, era como ver a una madre orgullosa, sin embargo, la mirada de Ian era lo que más eco realizaba en mi mente, primero de asombro, luego de consuelo. Continúo sin creer la forma enternecedora en que me devolvió el abrazo como si me estuviese consolando, cuando la verdad fui yo quien quiso apoyarlo a él, por un segundo quise decirle: Aquí estoy...cuenta conmigo. Aunque seguro solo fingió devolverme el afecto para guardar las apariencias delante del resto.
«Soy idiota, no me queda duda de ello».
Observo por la ventanilla de la camioneta el desolado paisaje que compone el camino hacia la hacienda mientras intento hacer a un lado mis pensamientos; lo mejor será que deje de darle vueltas al asunto. Si hace apenas unos días hubiese jurado que el sol podía rajar las piedras, ahora el cielo se encontraba completamente nublado. Tanto Diana como Ian tenían razón sobre el comienzo del descenso de las temperaturas, ya las frescas brizas comenzaban a sentirse en el aire. Por una parte, es un consuelo, tengo más que claro que no soporto los intensos calores y el abundante sol; no obstante, nunca he presenciado un invierno fuera de Luisiana y no sé hasta qué punto llegasen a bajar las temperaturas, aunque no quisiera admitirlo en voz alta, estoy agradecida con el vikingo por pagarme los abrigos «Que me guste el frío no significa que no sea friolenta».
Inconscientemente aprieto mis propios brazos hacia mi cuerpo con las manos, como quien se protege del fuerte viento, a pesar que dentro del carro no puedo sentirlo.
—¿Tienes frío? —escucho como Ian pregunta—. Si gustas puedo encender la calefacción.
Desvío la mirada de la ventanilla hacia el vaquero.
—No te preocupes, estoy bien. —Veo que aparta la vista de la carretera por unos segundos para mirarme y decido aprovechar el momento—. Gracias por los abrigos, no tenías por qué.
—Claro que sí, cuando te fuiste de Luisiana no te di mucho tiempo a empacar todas tus cosas, no puedo permitir que te congeles, las temperaturas en este lugar suelen bajar mucho.
La conversación vuelve a morir y no se me ocurre nada para revivirla, pero al parecer Ian sí tiene algo más que decir.
—¿El abrazo del Centro Comercial fue porque te compre los abrigos?
Su interrogante no debe de tomarme de sorpresa, sé que desea preguntar desde el mismo instante en que ocurrió todo, aun así, no puedo evitar sobresaltarme. Mi cerebro se enciende como una alarma y empiezo a considerar todas las posibles respuestas, la verdad es que en la propia pregunta Ian me ha otorgado una vía de escapa al incomodo momento.
—S-sí, por supuesto, ¿Qué esperabas? —Espero que no se percate de mí titubeo al responder.
—Imaginé que habías quedado maravillada ante mi cuerpo de Dios griego y no pudiste resistirte a tocarme.
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OJALÁ...
RomanceÉl necesitaba una esposa, ella necesitaba dinero. Enamorarse no era una opción...pero el destino tenía otros planes.