Capítulo 9

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 Apenas son las seis de la mañana cuando me encuentro en la cocina preparando el desayuno: unas tostadas con huevos revueltos y un poco de zumo de manzana. Ian aún se encuentra en el piso de arriba, aunque no estoy muy segura de sí continúa durmiendo o no. Ha transcurrido un poco más de una semana desde que me casé y mudé a la hacienda y, la verdad, mi situación ha mejorada gratamente en comparación a mi primer día en la casa.

Luego del sobresalto de la primera vez, he tomado por costumbre despertar una o dos horas antes que Ian, de esta manera puedo tomar un baño de forma tranquila sin tener que preocuparme porque ambos coincidamos. El agua fría de la ducha ya no es un problema, mi piel parece haberse acostumbrado a la helada sensación mañanera. Las peleas con Ian también disminuyeron desde que comencé a encargarme de las comidas. Creo que puedo adaptarme a este estilo de vida por un año.

«¡Oh vamos! ¿A quién diablos quiero engañar?», grita una voz en mi cabeza mientras corto las rebanadas de pan.

Todos estos días han sido un continuo horror, un martirio. ¡Sí! es cierto que me despierto más temprano. ¡Sí! Es cierto que las discusiones con el maldito vikingo parecen haber disminuido, pero nada tiene que ver con la perfecta armonía de cuentos de hadas que intento formar en mi cabeza, todo lo contrario. No he parado de evitarle desde que me percaté que le encuentro más caliente que el infierno, intento quedar a solas lo menos posible con él porque siempre termino babeando como una tonta, ¡Maldita la hora en que Ana me hizo consiente del espécimen que tenía como esposo!

Lo peor de todo, no puedo explicarme cómo puedo encontrar atractivo a un hombre tan grosero y arrogante, cuando estamos en público somos la usual y típica pareja de recién casados enamorados que disfrutan de su luna de miel, sin embargo, luego de que todos se marchaban, los sarcasmos no dejaban de volar de un lado a otro como navajas afiladas. Es verdad que me he adaptado al agua fría de las mañanas, pero solo por el simple hecho de que el endiablado vikingo no se digna a arreglar el calentador, todos los días dice que tiene algo más urgente que hacer. Cuando finalmente terminé de limpiar las cabellerizas donde está Sombra, viene él y me dice que ahora debo de pintarlas yo sola porque el resto de hombres estarán ocupados, solo Cooper me supervisará de vez en cuando.

«¡Dios Santo! ¡Qué hombre más capullo! Se cree que soy uno de sus trabajadores, aunque de seguro a ellos los trata con más cariño, ¿Qué diablos le he hecho yo?».

Ian elige este preciso momento para entrar por la puerta de la cocina, lo primero que cursa por mi mente es arrojarle el cuchillo con el que corto el pan, pero, haciendo uso de todas mis fuerzas interiores, me controlo las ansias. Lo segundo que noto son los ajustados pantalones pegados a sus piernas dejando muy poco a la imaginación, su blanca camisa se vuelve transparentes en esas zonas donde su piel aun esta húmeda debido a la ducha que debió tomar. Sin percatarme de mis acciones muerdo mi labio, por lo visto, tanto tiempo sin pareja comenzaba ya a pasarme factura si ni siquiera puedo apartar los ojos de este hombre.

—Buenos días—saluda él.

—Hola. —Intento mostrar una sonrisa despreocupada mientras le paso un plato con las tostadas y un vaso con zumo, no puedo mostrarle cuanto desconcierto me causa.

—Tiene buena pinta.

—Que lo disfrutes.

Sin decir ni una palabra más nos ponemos a desayunar, no solíamos conversar mucho en las mañanas. ¡No! Corrijo, no solemos conversar mucho en ningún horario del día; no puedo decir que sé más de él ahora que cuando le conocí, aun así, no dejo de sentirme cómoda con la situación, es una sensación confusa. ¿Me pregunto si esto es lo máximo que podemos alcanzar? ¿Podríamos ser amigos?

OJALÁ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora