Cuando Ian dijo que no me dejaría o que no se marcharía sin mí, jamás pensé que fuese a llegar a extremos tan literales. Una semana había pasado desde que Ian apareció frente a mí en la cafetería de Marta, y debo admitir que ha sido el período más largo y estresante de mi vida. Luego de ese breve encuentro había hecho hasta lo imposible para evitar quedar a solas con él, sin embargo, el vaquero tenía otros planes. Iba a almorzar todos los días a la cafetería de Marta, se aseguraba de llamar cada vez que tenía un turno médico para saber del bebé y enviaba muchos libros y chocolate a la casa.
—Tendrás que enfrentarlo en algún momento—me repite Ana cada vez que un nuevo regalo llega al apartamento.
Sé que tiene razón, pero aún me cuesta verle, me cuesta enfrentarme a él y volver a imaginar nuestros viejos y cálidos recuerdos. Me cuesta que cada vez que le tengo delante un nuevo rayo de la traicionera esperanza me alumbra. Y lo peor de todo, me cuesta admitir que no lo he olvidado, y lo más probable es que nunca lo haga.
Cierro la puerta de la casa tras recibir el último envió del vikingo. Ana mira atentamente la bolsa entre mis manos, veo la curiosidad reflejada en sus claros ojos. Abro el paquete y es un nuevo libro, hasta el momento todos los libros enviados por el vikingo son algunos de los que leíamos juntos en el despacho de la hacienda. No obstante, este en particular envía descargas eléctricas por todo mi cuerpo y provoca que se conforme un nudo en mi garganta. Paso los dedos por la letra de relieve en la caratula mientras leo: Veinte mil Leguas de Viaje Submarino de Julio Verne. Me quedo estática en el lugar, la ola de nostalgia me inunda, no solo es el primer libro que leímos Ian y yo juntos, sino también el que solía leerme mi padre antes de dormir cuando era pequeña y que me gustaría a mí leerle a mi bebé. No puedo evitar abrir la primera página y, para mi asombro, posee una pequeña dedicatoria.
Había una vez un tonto rey sin castillo, destrozado por los golpes de la vida, tan ciego de su futuro que no se dio cuenta la dicha que tenía entre sus manos hasta que fue muy tarde. Fuiste la luz en mi mundo de tinieblas, y a pesar de lo idiota que fui, no quiero renunciar a ello.
Me dijiste que ojalá hubieses podido compartir tu amor conmigo, pues hagámoslo y añadámosle más pasión cada día. Me dijiste que ojalá hubiésemos podido ver a nuestro hijo crecer juntos, pues hagamos de cada momento con él inolvidable. Me dijiste que ojalá cada mañana hubiésemos podido despertar juntos llenos de afecto y ternura, pues convirtamos cada mañana en nuestro propio inicio. Me dijiste que ojalá no tuviese que fingir ser feliz al no tenerme, pues yo tampoco quiero aparentar felicidad si no te puedo tener conmigo. Me dijiste que ojalá nuestra historia hubiese acabado diferente, pues démosle nuestro propio: y vivieron felices para siempre. Me dijiste que ojalá fuésemos esas dos almas gemelas que a pesar de las dificultadas luchan por estar juntas, pues te puedo prometer que tanto en las buenas como en las malas seré tu compañero eterno. Me dijiste que ojalá todo lo que esté buscando valga todo lo que estoy perdiendo...y yo te digo que no estoy dispuesto a perderte, porque me di cuenta que eres lo que siempre estuve buscando. Te quiero.
Tu vikingo diabólico.
Cierro el libro consiente de las lágrimas que escapan por mis ojos, las aparto con las manos al percatarme que Ana continúa observándome atentamente ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?
—¿A qué le tienes miedo? —pregunta mi amiga tomándome por sorpresa, no estaba preparada para escuchar esa interrogante.
Doy media vuelta esperando ver en su rostro algún reflejo de sonrisa o incluso algo de burla, pero su pasiva seriedad solo me hace comprender que sus palabras no son un chiste. Tomo asiento en la silla que se encuentra justo frente a ella para encararla. Desde que abandoné a Ian pensé que mis actos habían sido para proteger a mi bebé, pero gracias a la pregunta de Ana soy consciente de la cruda realidad: Estoy asustada. Cuando respondo las palabras salen por sí sola de mis labios.
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OJALÁ...
RomanceÉl necesitaba una esposa, ella necesitaba dinero. Enamorarse no era una opción...pero el destino tenía otros planes.