Capítulo 25

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Luego del accidente de la ventana, si es que se le puede llamar accidente, ni Cooper ni Roger volvieron a dejarme sola en ningún instante. Incluso Mason, que cuando le contaron lo sucedido no dejo de pedir disculpas por no estar, me vigilaba. Diana insistió una y otra vez en llamar a algún médico para que me examinara, pero tras mi continúa negativa se conformó con prepararme un té para los nervios. En parte agradezco que no me dejen sola o que estén todos conmigo al mismo tiempo. En estos momentos me es difícil confiar en alguno de ellos, sobre todo cuando continúo sintiendo la sensación de una palma de la mano empujarme desde la espalda.

Recuero que era grande y fuerte, era la mano de un hombre, pero la verdad es que a estas alturas tengo dudas de lo que sentí o dejé de sentir, desconfío de todos ellos, solo tengo dos cosas claras. La primera: alguien ha intentado matarme y la segunda: Necesito a Ian de regreso lo antes posible. No obstante, no puedo molestarlo ahora, y mucho menos contarle la verdad de lo sucedido, no quiero ni imaginar su reacción.

Diana me contó que en el momento que regresó a la habitación se sintió preocupada al no verme y que al oírme gritar busco la ayuda de Cooper y Roger, quienes por lo visto estaban en la cocina tomando un pequeño bocadillo también. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para convencer a Dy de que estaba bien y podía marcharse. Al llegar la noche, me encerré en mi habitación asegurándome de pasar el pestillo a puertas y ventanas, solo Holmes me hacía compañía en el cuarto. Cooper y Roger se habían marchado, mientras que Mason dormía en la habitación de los invitados. Se me hacía imposible conciliar el sueño y cada vez que lograba caer en los brazos de Morfeo la imagen de esas difusas y confusas manos venían a mí para terminar la tarea que no llegaron a consolidar en la tarde.

Al llegar la mañana mis nervios no estaban mucho mejor, tan solo deseaba que fuese el otro día para que Ian regresara del congreso, estando él acá me sentiría más segura y libre. Salí pocas veces de la habitación y cuando lo hacía era para regresar rápido o encerrarme en el despacho. No volví a la habitación de Melanie ese fin de semana, lo mejor era esperar un poco. Me cruce una o dos veces con los tres hombres que cuidaban de mí, ninguno de ellos me quitaba la mirada de encima ni me perdían pisada, por mucho que me empeñase en ocultarme. El lado bueno es que, si alguno de ellos provocó mi caída, los otros dos me protegían, aunque la verdad es que dudo que la misteriosa persona fuese a intentar un nuevo movimiento tan rápido luego del fallo de ayer.

No me atreví a acercarme al establo de Sombra, ansiaba estar con la yegua, eso me tranquilizaría, pero ahora más que nunca la idea de que el accidente en el establo fue también provocado en mi contra estaba más fuerte que nunca. Eran demasiadas coincidencias, o sea, cuantos accidentes puede tener una persona en casi dos meses. No me gusta la idea de que vuelvan a culpar a Sombra si a mí me llaga a suceder algo y por ello es que mantengo las distancias.

Intenté varias veces escribir o leer, pero eran esfuerzos vanos. Tenía todos mis sentidos demasiados en alerta en caso que sintiese alguna presencia cerca de mí, no quería estar desprevenida para nada. Si los tres hombres me vigilaban, yo los observaba con el mismo énfasis a ellos. Ian no me había escrito para preguntarme nada de lo sucedido, eso era buena noticia, significa que los sucesos aún no habían llegado a sus oídos. Contaba las horas para que llegase el próximo día y el vikingo regresara, debía de llegar a la hacienda casi al anochecer, por lo que sospecho que el día de mañana sería parecido al de hoy.

Llegó la noche y una vez más no logré conciliar el sueño, tenía cada puerta y ventana de la recamara cerrada con llave, doy vueltas de un lado a otro, las pesadillas no dejan de acecharme. La enorme cama parece poseer el doble de su tamaño sin Ian a mi lado, se siente demasiado vacía y puedo dormirme de ninguna manera, por lo que pasada la media noche retomo mi antiguo puesto en la habitación. Agarro unas mantas y me acuesto en el sofá junto a Holmes, por lo menos la calidez del animalito no me hace sentir tan sola. Con esta sensación logro quedarme dormida nuevamente.

OJALÁ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora