Capítulo 4

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Cuando era pequeña, soñaba con una boda típica de cuento de hadas, sencillamente, ¿qué niña no lo haría? Me casaría con un hermoso traje de novia color blanco con detalles a modo de delicados encajes por todo lo largo de la espalda, el cabello estaría recogido de manera elegante con accesorios que se encargarían de sostener el inmenso velo y, entre mis manos, sostendría un sencillo ramo de rosas, no me interesaba el color de las flores, sino su aromática esencia. Caminaría por el largo pasillo de la iglesia hasta llegar al altar junto a mi amado, su sonrisa reflejaría toda la alegría y emoción del mundo, y yo estaría orgullosa de ello.

No obstante, hace mucho que deje de creer en los cuentos de hadas. Según fui creciendo, la boda de ensueños se desvaneció de mis fantasías, aun así, continuaba con la ilusión que el día que decidiese compartir mi vida con una persona en sagrado matrimonio, sería porque nos amasemos verdaderamente, tanto en las buenas como en las malas. Sin embargo, en ninguno de mis sueños o, mejor dicho, pesadillas más remotas, imaginé mi situación actual.

«Ni vestidos, ni alteres, ni príncipes azules, ni leches».

Realizo un vano intento por mantener los nervios controlados mientras el abogado de Ian, el señor Mason, explica detenidamente cada cláusula del contrato matrimonial. Apenas escucho sus palabras, toda esta situación continúa pareciéndome tan irreal.

— ¿Alguna duda hasta el momento? —pregunta el abogado.

Niego con la cabeza, a pesar de no haberle prestado atención alguna ya Ian me había explicado de antemano todo lo que se encontraba plasmado en ese pedazo de papel: separación de bienes prematrimoniales, convivencia como pareja durante el período de un año... en esencia sería como vivir con un compañero de piso.

—Si esta todo aclarado firmen este documento y automáticamente ambos estarán casados.

Sin titubeos, Ian firma en la línea de puntos que le corresponde y me ofrece el bolígrafo para que yo haga lo mismo. Intento contener el temblor de mis manos, mientras observo detenidamente el documento ante mí. Por el rabillo del ojo miro por unos instantes a Ian, su rostro no refleja ningún tipo de emoción, es imposible saber lo que cursa por su mente. Vuelvo la vista al papel que tengo enfrente, el miedo que se forma en mi interior me dice a gritos que corra, que salga lo más rápido posible de la amueblada oficina en la que nos encontramos, una vez que firme no habrá vuelta atrás, será el final o, mejor dicho, el inicio de un largo año.

«Aún puedo echarme atrás, aún puedo encontrar otra manera para conseguir el dinero de mi apartamento», me digo a mí misma, luego pienso en la carta del banco que recibí esta mañana y su clara advertencia de desalojo y cargos legales y, antes de darme cuenta, el bolígrafo en mi mano se desliza sobre el papel en el lugar exacto que debe ir mi nombre. Ya está hecho, no hay retorno. Miro a los hombres a mí alrededor y nada ha cambiado, pero todo es diferente, ya no soy Harley Medeiro.

—Creo que esto es todo.

El señor Mason recoge el contrato y, antes de entregárselo al juez Brook que se halla junto a él, lo examina por última vez.

—Felicidades señor y señora Cates—decreta este último—. Los declaro marido y mujer, están oficialmente casados.

«Señora Cates», recito mentalmente, debo de acostumbrarme a mi nuevo apellido temporal.

Ian se pone en pie y le imito; les estrecha la mano a ambos hombres a modo de agradecimiento, por mi parte, solo les dedico una tímida sonrisa.

—Si me disculpan me marcho primero—anuncia el abogado— Debo comenzar los trámites para arreglar los problemas del apartamento de la señora Cates. —Esta vez cuando habla se dirige específicamente a mí—. No debe preocuparse por nada, me ocupare de todo yo mismo.

OJALÁ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora