Capítulo 2

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Dos semanas después de aquel encuentro entre amigos, Damien había revisado todos los archivos de sus casos, certificándose de que nada se quedaría en el tintero. Quería pasar todo para sus socios finalizado y atado para que pudiera estar alienado de cualquier cuestión. Con eso solo le quedaba la reunión de esa tarde con el señor y la señora Willson y tratar de acelerar su proceso. Ya estaba soñando con las vacaciones que había comprado a la isla de Mauricio y que iría a disfrutar en un par de meses. Por eso, todo lo que tuviera que hacer, se quedaría en ese intervalo de tiempo. Ni un minuto más.

Mientras arreglaba algunos papeles en el cajón de su secretaria, escuchó alguien asomando la cabeza por la puerta y preguntando:

—¿Se puede entrar?

Arizona era una de las abogadas asociadas que trabajaban con él. Era muy buena en su trabajo y no exclusivamente. También era buena en otros campos. En un determinado momento, los dos tuvieron una aventura fuera del escritorio (y dentro) bastante apasionada, para no decir carnal y sexual. Puro sexo de gozo absoluto. Pero la cosa se había quedado por ahí; algunos encuentros fortuitos y esporádicos, algunas copas a más tras reuniones de trabajo que acababan en algún hotel de la ciudad enganchados uno en el otro y poco más.

Para Damien era igual que otra cualquiera. Durante los años que se había decidido a quedar soltero y vivir dedicado al trabajo, habían pasado por sus sábanas más piernas de las que podía contar. Vivía hambriento de sexo fácil y sabía que ellas disfrutaban de sus calidades en la cama. Aparte, era muy consciente de su atractivo y el bueno que estaba. Se levantaba todos los días sobre las cinco de la mañana, hacía ejercicio en el gimnasio que tenía en casa para cuidar el cuerpo de Adonis musculado y firme que presumía. Afortunadamente, todo el packaging venía adornado con un rostro ovalado con trazos masculinos bien destacados, unos ojos azules cobalto intensos, el pelo oscuro y la cara cerca de la simetría de notas anatómicas perfectas del Hombre de Vitruvio.

No pasaba desapercibido por mujeres ni hombres y ha usado eso a su favor todo lo que ha podido.

—Entra. Estaba a terminar de arreglar algunas cosas, pero salgo a comer en pocos minutos. ¿Querías algo? —En lo que cabe al trabajo siempre mantenía una postura muy profesional y seria, por mucha confianza que tuviera con alguien. En este caso en concreto, Arizona, para él, representaba bien más que una asociada. Tal como su propio nombre le recordaba a veces, más parecía una serpiente que se arrastraba para obtener algo y sabía perfectamente para donde iban dirigidas sus atenciones y comentarios y no le hacía particular gracia o interese.

—En primer lugar, vengo a saber si necesitas ayuda con algo... —dijo, arrastrando la voz e insinuándose con la postura—, de los procesos que estás terminando, claro.

Lanzó una sonrisa cubierta de falsedad y segundas intenciones. Damien hizo de cuenta que no había entendido la indirecta.

—Gracias por la oferta, es muy generosa de tu parte, pero, como te dije, acabo de terminar y no creo que me quede nada más, la próxima semana haré una última reunión con todos para dar unas ultimas directrices y poco más.

—Claro. Digo, simplemente por si necesitas algo más... particular... que pueda ayudarte... bueno, ya sabes, cuenta conmigo para todo —sonrió de una forma tan larga que su boca parecía la del joker. Aunque a Damien le recordó las maravillas que aquella boca podía hacer. Lo único es que Arizona ya no le daba interese. Y tampoco él quería darle ideas de que aquello pudiera ir más allá que algo platónico. Siempre había sido muy claro en ese sentido.

—De nuevo, agradezco tu gentil oferta, pero creo que de momento puedo apañármelas solo. —Le devolvió la misma sonrisa y añadió—. Ahora si no te importa, tengo que salir y comer algo rápido, porque me esperan unos clientes a las tres de la tarde.

Cogió la americana del traje y se dirigió para la puerta. Ella siguió detrás de él hablando:

—Pensé que no recibías más clientes.

—Y no recibo, esto es una excepción.

—Pensaba que no abrías excepciones —le sujetó el brazo para que la mirase.

Damien miró su mano en el brazo con lentitud y sin girar el cuerpo, asomó la cabeza a su oído y le dijo:

—Y no abro. Por eso es una excepción. Creo que también podrías hacer una excepción y dejar de pensar tanto. —Y con esas palabras agrias la dejó plantada en su sitio, mientras daba pasos largos hasta el ascensor. Cuando este llegó, entró y no la miró en ningún momento hasta las puertas cerraren.

El abogado de familia © *TERMINADA Y COMPLETA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora