Capítulo 11

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Aun en pijama, Damien abría la puerta de su casa a su amigo.

—¿Dónde está? —Fred entraba de rampante buscando algo dentro de su apartamento.

—Aún está durmiendo. Veo que tu al contrario no habrás dormido, porque te has presentado aquí junto con las gallinas —bromeó Damien. La noche anterior había enviado mensajes a su amigo contándole un breve resumo de todo lo que había sucedido.

—Sírveme un café bien fuerte, porque me vas a contar todo, sin me ocultar nada. Y quiero estar bien despierto cuando te reventar esa tu carita de playboy —amenazó Fred con un tono burlón.

—Bien, pero, por favor, habla bajo. No quiero que Kalenna se despierte con tus achaques —decía mientras colocaba un dedo frente a la boca, en señal de pedir silencio.

—Ya veo... como que Kalenna... dirás SEÑORA Willson, ¿no? —enfatizó la palabra aposta.

—Tira para dentro, si aun quieres el café. —Damien se reía y empujaba su amigo hacía la cocina. Entendía que estaba preocupado con él. Con sinceridad, él también lo estaba. Quería la opinión de su amigo, porque en menos de veinte y cuatro horas había mezclado su vida profesional con la personal a un grado indiscutible.

Tomaban tranquilamente el desayuno y charlaban de todos los acontecimientos, cuando Kalenna entró en la cocina, vestida con un camisón largo hasta las rodillas, de color azul oscuro que contrastaba a la perfección con su pelo larguísimo color caramelo con mil reflejos rubios de oro. Y así, completamente desgreñada y soñolienta encontraba aquellos dos hombres sentados en dos taburetes altos delante de la mesa tomándose el desayuno.

—Siento mucho, no quería interromper —dijo tapándose el pecho con los brazos en cruz y encogiéndose un poco, por los trajes poco formales que traía delante de desconocidos.

Damien se levantó muy rápido y no tardó en hacer las presentaciones. Enseguida le extendió una taza de café y la invitó a sentarse junto a ellos. Explicó que su amigo era abogado y que había ido allí para ayudarle en algunos consejos para su caso. No entró en detalles.

—¡Gracias!, pero si no os importa voy a irme a la habitación asearme. Os dejo hablando tranquilos —dicho esto, salió del recinto despidiéndose de Fred cordialmente.

—¡Me cago en todo lo que se mueve! Chaval, ¿pero tú estás en tus cabales? No puedo creer en lo que mis ojos ven. Es una niña, has colocado dentro de casa una niña. Que además está casada y es tu cliente. ¡Joder! Menudo lío te has metido. Ya te diré mis honorarios —tenía los ojos como platos aun mirando la puerta por donde ella había salido.

—No es una niña, Fred. Tiene 27 años. Reconozco que yo también me quedé chocado cuando la vi. Parece un ángel sin asas. Es muy joven, pero sabe lo que quiere.

—¿Y tú? ¿Sabes lo que quieres? O al menos ¿sabes dónde te estás metiendo? —Fred hablaba en tono serio y preocupado.

Damien soltó un soplido y dio un trago en su café.

—Creo que voy a necesitar algo más fuerte de que un café y no son ni las ocho —pensó en voz alta. Pasó la mano por el cabello y por el rostro intentando despertarse de lo que, ahora mismo, le parecía un sueño. O pesadilla—. No sé Fred. No he pensado. Lo único que sé es que no podía dejarla en la calle. No tenía para donde ir. Y no voy a dejarla con aquel capullo. De eso nada.

Cada vez que se acordaba de James su voz se tornaba más oscura.

—Muy bien, samaritano. ¿Has pensado lo qué dirá James cuando sepa que está aquí?

El abogado de familia © *TERMINADA Y COMPLETA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora