Durante unos treinta segundos, Damien se quedó mirando, absorto, la puerta por donde James acababa de salir.
Se volvió a sentar y pasó las manos por el pelo. En ese momento se acordó que no estaba solo. Kalenna seguía en la instancia y sus ojos se atrevieron a buscarla. Encontró una chica, que continuaba sentada tal como antes, relajada y serena, y que le ofreció una sonrisa muy delicada. No conseguía sacar los ojos de su mirada que, al mismo tiempo que parecía trasbordar de paciencia, tenía un destello de algo que se asemejaba al dolor. Damien sintió compasión por ella. Y también sentía un nudo raro en el estómago.
—Pido disculpas por la actitud de James. Está muy enfadado y no se ha comportado de la forma más correcta. —Su voz era suave y melodiosa. Bella. Un timbre jovial que sonaba como el canto de las sirenas, hipnotizante. Como toda ella.
Al escucharla, Damien sintió que una pequeña erección se formaba entre sus piernas y no sabiendo a que venía tal efecto vano en el peor momento que podía venir, se limitó a encogerse en el asiento de forma torpe y atropellar sus palabras.
—No... no me pida disculpas, señorita Montegomery... son cosas que pasan. Como debe imaginar ya he visto mucha cosa en esta sala. —Sí, mucha cosa, pero ninguna como ella.
—Puede tratarme por Kalenna, si le apetece.
—De acuerdo, Kalenna... en ese caso, trátame por Damien.
Un silencio se adueñó del ambiente por lo que parecía una eternidad, pero a los pocos segundos, Damien volvió a intentar mantener una comunicación profesional y salir del encantamiento en el que se había quedado.
—Entonces, seño... perdona, Kalenna... puedes explicarme que ha pasado aquí, porque aún no he podido entender lo ocurrido.
—Comprendo, Damien. —Cuando ella pronunció su nombre, Damien sintió, nuevamente, su erección crecer en más proporcionalidad. Soltó un pequeño bufido de aire, sin darse cuenta. Kalenna interpretó aquello como algo negativo—. Imagino que todo esto esté muy fuera de lugar y de todo lo que se pueda esperar de unos clientes. De verdad que siento mucho, ¡qué humillación!
Por primera vez, Damien vio la chica cambiar de semblante y parecer derrotada. En un impulso le entraron las ganas de protegerla y de cuidarla. Pero era simplemente una cliente, desconocida y por mucha carita de ángel que tuviera no sabía nada de ella. No veía tres en un burro, como se dice.
Cogió un vaso de la mesita de apoyo y sirvió agua, después se acercó a ella y lo entregó para que bebiera. Se sentó a su lado en el sofá y mientras Kalenna bebía el agua a pequeños sorbos, él podía oler su aroma a jazmín mezclado con la dulzura de la vainilla. Bajó los ojos a sus labios mojados e imaginó cómo de dulce serían sus besos. Estaba absorto en aquella fantasía cuando ella posó el vaso en la mesita, haciéndolo despertar de su trance con el barullo del cristal en el mármol.
—¡Gracias! —exclamó ella—. Me encuentro mucho mejor. Entonces... Damien... ¿puedes ayudarme con este proceso? ¿Quieres ser mi abogado?
Damien se levantó y aturdido con su olor y pensamientos, empezó a dar vueltas en la sala. Estaba a, solamente, algunas semanas de extenderse a tomar el sol en una playa paradisiaca, lejos de todas las preocupaciones y estreses de su oficio. Acababa de presenciar lo que le pareció ser un caso que iba a hacer correr mucha tinta. Y hablando en correr, necesitaba hacerlo para sacar aquellos pensamientos poco castos hace la cliente o posible cliente. O quizás lo que necesitaba era correrse de otra manera. Realmente, no le quedaba otra imagen de sí mismo, en aquella situación, que la de un loco de atar que necesitaba vacaciones con urgencia.
Cuando la miró, ella ya se había levantado. «¡Maldita sea!», pensó. Delante de si estaba una mujer con aproximadamente un metro setenta y cinco, con un cuerpo de modelo de Victoria Secret y una belleza improcedente. Vestía unos pantalones negros ajustados que marcaban toda su figura y curvas perfectas. En la parte de arriba, llevaba una blusa de seda granate que, a pesar de fluida y muy elegante, con las mangas abollonadas, dejaba en evidencia un pecho justo en medida y firme. Y casi podría decir a ciencia cierta que no llevaba sujetador. Tan poco es que necesitase, pero tenía bien tapados los pezones que no se marcaban en la silueta. De pronto, se quedó con esa imagen en la cabeza. De cómo serían sus pezones. Rosados, grandes, pequeños, firmes... le pasaba todo el tipo de ideas de lo que hacer con su boca en ellos.
—¡SÍ! —asentó tan rápido que casi parecía que chillaba. Su propio sonido, le trajo a la realidad y los ojos de Kalenna estaban abiertos como platos, de la sorpresa. No sabía si de la respuesta o del tono que había empleado—. Perdona... quiero decir... sí, seré tu abogado. —Las palabras se atropellaban entre sí, tenía la sensación de que hablaba torpe delante de ella—. Sin embargo, me gustaría que pudiéramos marcar una nueva reunión, en otro día a poder ser, con más calma, para tranquilamente ver todos los pasos que tenemos que seguir y todo lo que nos espera, ¿de acuerdo?
Kalenna sonrió de forma muy abierta y en un acto impulsivo se abalanzó sobre él y le dio un pequeño beso en la mejilla. Para eso, tuvo que ponerse en puntillas, porque Damien era muy alto. Al bajar, con la rapidez, perdió un poco el equilibrio y él la cogió por la cintura con las dos manos. Sus miradas se encontraron y ella estaba inocentemente sonrojada.
—Lo siento —se disculpó Kalenna—, solo quería agradecerte. Me alegro mucho por tenerte como abogado y seré siempre grata por esta oportunidad. Claramente, voy a pagar los honorarios todos y al contrario de lo que dijo James... yo...
—¡Para!
Ella bajó los ojos involuntariamente. En ese momento él soltó una de las manos de su cintura y la cogió de la barbilla para que lo mirase de frente.
—Para de pedirme disculpas. Me has pedido más veces disculpas de las que hubiera aceptado al idiota de tu marido. —Ella esbozó una pequeña sonrisa en el rostro, tras su observación—. Si vamos a trabajar juntos en esto, necesito que confíes en mí y que siempre me digas la verdad. Necesito que te mantengas firme en tu propósito y que lo que quiera que pase, me dejes hacer mi trabajo, porque sabré lo que estaré haciendo. —Su voz iba quedando cada vez más ronca a la medida que hablaba y reconoció que necesitaba más cosas de ella de las que debería.
Con el pulso acelerado, Damien no podía dejar de mirarla, tan cerca que estaba de su rostro. Sus ojos eran fascinantes. Profundos, brillantes e incitativos. Ojos que podrían enamorar a un hombre. A cualquier hombre, menos él, pensó. Porque él no se enamoraba de nadie. Ya no.
Ella se limitó a menear con la cabeza de forma afirmativa. Cuando él la soltó, dio un paso atrás y se despidieron de forma cordial.
Cuando Kalenna salió de la sala, Damien solo podía dar vueltas en su cabeza, pensando, que demonios habíamos pasado en aquellas dos últimas horas. Aquel había sido el encuentro más surrealista del que se acordaba en mucho tiempo.
Y ¿dónde estaba con la cabeza cuando aceptó aquella mujer como su clienta? Sin saber nada de su historia, con un marido arrogante y enajenado; y sin saber a lo que se enfrentaría. Bueno, no sabía dónde había estado su cabeza, pero seguramente sabía dónde quería que estuviera su pene. Suspiró y pensó: «¿Dónde te has metido, chiquillo?»
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El abogado de familia © *TERMINADA Y COMPLETA*
RomanceDamien Becher se había ganado la fama y el prestigio de ser uno de los mejores abogados de familia en Londres. Pero esas largas horas echadas en la oficina y cuidando de casos en tribunal lo estaban agotando, por eso decide hacer un parón y cambiar...