—Baja esa arma, Kalenna. No es que vayas a disparar. No creo que pienses en tener tu hijo en una cárcel de alta seguridad —bromeó James sentándose nuevamente y bebiendo de su copa.
—Como tú mismo dijiste, accidentes pasan. Lo que tiene que estar en la cárcel eres tú. ¡TÚ! —se acercó más a él de pie con el arma extendida. James oscureció la mirada y seguía atento al movimiento del objeto—, confiesa, hijo de puta, que eres un pervertido. Me has usado y abusado, eres sucio, has usado aquellas niñas, porque eres un pervertido. ¡CONFIESA! ¡ASÚMELO!
James se concentraba en la mano de Kalenna. Ella temblaba.
—Vale, si es eso que quieres y hace sentirte mejor, sí, digamos que tengo alguno que otro fetiche por cochitos inocentes. Me encanta ver aquellas rosas aun por abrir. Tan cerraditas, tan apretadas, que gusto. Y sus caritas de súplica, solo de pensar me pone cachondo.
—Cállate. No quiero escucharte más, no aguanto más tu mierda —las lágrimas no dejaban su visión clara. Se esforzaba por mantener la visión nítida, pero era difícil.
—Pero, mi niña si fuiste tú que me preguntaste —dijo James con voz de inocente.
Kalenna soltó una de las manos del arma para poder pasar el brazo por los ojos, apartando las lágrimas que no la dejaban ver bien. En ese momento James sacó ventaja y consiguió coger el arma y con un gesto de llave le torció el brazo para dejarla en el solo. Ahora era él que llevaba él arma y la apuntaba a la cabeza.
—Zorra, estúpida, creída. No puedes nada contra mí. Vas a decirme ahora donde están las pruebas y juntitos vamos a buscarlas, porque como eres tan tonta, me has traído un arma con silenciador. Nadie va a escuchar si disparar. Una pena que los asaltantes no tuvieron tiempo de llevar nada, solo de acertarte en el vientre. Por suerte, llegué a casa a tiempo de llevarte al hospital. Puede ser que te salves, pero ese demonio que cargas, no sobrevivirá. Qué pena, me destrozará el corazón.
Kalenna lloraba de odio por su mente maquiavélica. Ella misma había llegado allí y ahora no podía protegerse. Cerró los ojos, pensó en Damien, en su bebé, en su padre y dijo:
—Muy bien, te entregaré todas las pruebas. Pero, por favor, no me hagas daño. No hagas daño a mi bebé. Te daré todo lo que quieras, el dinero, la empresa, todo. No quiero nada. Solo quiero a mi bebé. Por favor, James.
Él empezó a reír con sarcasmo, pero la risa duró poco, cuando un barullo enorme rompió por la sala, puertas quebradas y varios policías armados entraron dentro.
—Manos al aire. Baja el arma. BAJA EL ARMA —gritó Anthony apuntando un rifle a su cabeza.
Cuando James se vio rodeado de policía, supo que no podía escapar. Levantó las manos y fue cuando soltó a Kalenna, que se agachó hasta el suelo con las manos en la cabeza.
Mientras sujetaban los brazos de James atrás de la espalda y lo esposaban, Fred y Damien entraron en la sala. Damien corrió junto de Kalenna y haciéndola mirarlo, la abrazó.
—Está todo bien. Ya se acabó. Se acabó —ella lloraba copiosamente.
—Sr. James Willson, usted tiene el derecho a permanecer en silencio... —Fred seguía la policía, mientras lo arrastraban para fuera de la casa, hablando en voz alta para hacerlo conocedor de sus derechos y deberes.
Pasado algún tiempo, Damien bajaba del edificio sujetando Kalenna por la cintura para conducirla a la salida. Afuera la esperaba una ambulancia. Un paramédico se acercó y dijo:
—¿Es usted Kalenna Willson? —levantaba la voz, porque con barullo de las sirenas y el frío consumiendo el aire, el sonido se perdía por el ambiente. Ella levantó el rostro en choque y contestó:
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El abogado de familia © *TERMINADA Y COMPLETA*
RomanceDamien Becher se había ganado la fama y el prestigio de ser uno de los mejores abogados de familia en Londres. Pero esas largas horas echadas en la oficina y cuidando de casos en tribunal lo estaban agotando, por eso decide hacer un parón y cambiar...