Capítulo 10

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Damien notaba la tensión de Kalenna mientras le enseñaba su apartamento. Quería que se sintiera cómoda, pero la veía demasiado abrumada.

—¿Qué te ha parecido?

Kalenna miraba todo con admiración. Su casa era impresionante. Minimalista, monocromática, gigante, perfectamente impoluta e imponente, como él. Salían a la terraza enorme donde se podría percibir una maravillosa vista del Támesis y el puente torre a la distancia. Era maravilloso, pero ella se sentía desplazada, fuera de lugar. Se acercó a la barandilla para apreciar la puesta de sol que nublaba de naranjas y rojizos el horizonte. Una imagen demasiado romántica dadas las circunstancias.

—Es muy tú —dijo sin quitar la vista del paisaje—. Gracias por dejarme quedar. De verdad.

Damien se acercó por detrás de ella y sintió el ímpetu de abrazarla. Su pelo brillaba como el oro rosado con los destellos que dejaban el crepúsculo. El corazón se estrechó más aún en su pecho y pensó que daría cualquier cosa en ese momento para detener aquella imagen en su memoria. Era la más deslumbrante y bonita que había visto jamás. Se colocó a su lado dejando los brazos en jarras sobre el antepecho, mirando el mismo punto lejano que ella.

—¿Qué significa ser "muy yo"? —Su voz era divertida.

Ella sonríe y lo miró. Damien se quedó sin aire. Sus ojos caramelo con tonalidades de oro parecía una mezcla de desierto con Las mil y una noches. Era verdaderamente bella. No una belleza tradicional, ni una belleza trabajada, sino que una naturalidad bruta de perfección. Su piel era blanca y se podía apreciar unas pequeñas pecas muy suaves que surgían con la contraluz del ponente. Parecía tan joven, tan inocente, tan dulce. 

—No lo sé, es muy blanca y negra

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—No lo sé, es muy blanca y negra. Le falta color. Muy seria. Pero me gusta.

—¿Me estás diciendo que soy como una cebra? —preguntó en tono jocoso. Ella se rio y eso le gustó, había conseguido que se relajase un poco. Ambos necesitaban—. No dejas de tener algo de razón. Me gustan las cosas claras y de frente. Limpias, sencillas y trasparentes. Es algo que necesito en mi vida profesional y creo que también en la personal.

Se quedaron unos segundos mirándose con alguna intensidad, pero él interrompió el momento, diciendo:

—Sin embargo, has dicho que te gusta. La casa. Y eso significa que si es como yo... yo también puedo gustarte —en el mismo momento que lo dijo, se recriminó por haberlo hecho. Quería tontearla, pero no dejarle entender que eso era algo que quería. Que él le gustara. No quería ofrecerle falsas expectativas sobre él.

Ella se acercó a su boca ligeramente y Damien tragó saliva.

—Si no fueras una cebra, quizás podrías gustarme. De momento, me gustan tu hospitalidad y tu apoyo. ¡Gracias! —salía airosa embromando la situación, porque no quería mal interpretar lo que él había dicho. Sabía que estaba intentando ser simpático con ella y dejarla confortable con su nueva estadía. No iba a romantizar algo que no existía.

Damien se sintió aliviado, pero a la vez un poco frustrado con la respuesta. Empezaba a parecerse a las chicas con sus síntomas premenstruales, con picos de hormonas y comportamientos confusos y demasiado emotivos. Parecía un adolescente otra vez, siendo que ni sabía lo que era ser adolescente realmente, porque en esas edades ya tenía muchas responsabilidades.

—Deja de darme las gracias, niña. Ya te lo ha dicho, mi casa es tu casa. Quiero que estés cómoda y no dudes en pedirme lo que sea, si lo necesitas. —Su voz sonó más ronca de lo que quería en la siguiente frase que le dejó—. Cualquier cosa que te haga falta, yo estaré aquí para solucionarlo.

Carraspeó cuando se apercibió que el ambiente había quedado muy cargado y caliente. Eso que, a pesar de ser octubre, ya hacía algún frío en la nublada ciudad londinense.

—Vamos, voy a pedir algo de cena. Tienes que alimentarte. Comes muy poco —observó— ¿Te gusta comida griega? Conozco un restaurante griego maravilloso aquí cerca que tiene el mejor Pastitsio del mundo.

Kalenna llenó los ojos de agua y tapó la boca con una mano para ahogar un gemido. Damien se acercó rápidamente y la sujetó por los hombros.

—¿Qué pasa, cariño mío? ¿He dicho algo que no debía? Perdóname, a veces puedo ser muy controlador. Si te sientes molesta o algo... —Estaba nervioso y aprensivo a la vez. No sabía que le había dejado en aquel estado y ni se había dado cuenta del apodo que le dio.

—No pasa nada, lo siento —Enjuagó una lagrima—, no creo que lo haya mencionado, pero mi madre era griega. Mi nombre proviene del griego, por eso me llamo tan raro. Cuando has mencionado lo de la comida, me recordó las muchas veces que mi padre pedía para hacer los platos típicos de Grecia, para recordar mi mamá.

—Yo es que siento mucho por la falta de delicadeza y por meter la pata. Podemos pedir otra cosa cualquiera. No quiero molestarte.

—Damien, me encanta la comida griega y no tienes que pedirme disculpa. La verdad me he emocionado por ello. Creo que será la comida perfecta para hoy. Me hará sentir en casa y lo necesito. —La sonrisa que sus labios dibujaban era de nostalgia buena, de anhelo y Damien se apaciguó.

—Entonces perfecto. Tal como te he dicho, lo que quiera que necesites, haré lo posible para dártelo. —Y lo imposible, pensó.

La velada pasó tranquila. Comieron en la mesita de café del salón sentados sobre unos almohadones. Damien pensó que de esa forma podrían estar más relajados y confortables que en una mesa montada con formalidades. Y así fue. Disfrutaron de la comida, que estaba deliciosa. En el rostro de Kalenna se podía ver un atisbo de felicidad, por primera vez desde que Damien la conoció y eso le gustó. Le gustó que él fuera el motivo de su alegría y bien estar. Se estaba encariñando de ella cada vez más. Y ahí se acochaba el peligro.

La dejó en el cuarto de invitados, el mayor. Contaba con un par de habitaciones extra que dejó para cuando alguien lo visitaba. Antes de irse él mismo a dormir, terminó unos correos electrónicos que tenía pendientes de enviar para cambiar las fechas del viaje que tenía marcado. Había podido alterar las fechas para dentro de dos meses, para poder garantir que el proceso se resolvía antes de tomar sus tan deseadas vacaciones. Aunque algo le decía que ya no iban a ser las vacaciones tan esperadas como pensaba antes.

Antes de cerrar el ordenador, entró en el buscador de la internet y colocó la palabra Kalenna.

Y pudo leer:

«Kalenna es un nombre predominantemente femenino de origen Eslavo. El nombre Kalenna o Kaleena se deriva de una voz eslava que podría ser interpretada como "tan bella como la flor". Este nombre también pertenece a una lengua aborigen australiana procedente de la tribu wemba wemba, la cual significa "amar"»

Amar, pensó. Sí, ella era sin duda pasible de ser amada. Pero no por él. Porque él no se enamoraba de nadie. Y no tenía la certeza de que fuese capaz de amar, nuevamente. Pero estaba de acuerdo de que ella era bella como una flor y con ese pensamiento se fue a dormir.

El abogado de familia © *TERMINADA Y COMPLETA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora