𝕍𝕀𝕀

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Ian no podía obligarse a sí mismo a concentrarse en sus clases de la tarde. Lo había intentado, por supuesto, pero había sido en vano.

No podía dejar de pensar en aquel sujeto tan extraño que había conocido en la plaza. Todo en él era muy raro. Parecía de otro mundo.

Bastian era como un muñequito de porcelana muy bonito. Ni siquiera parecía real.

Aunque a Ian no le diera mala vibra, no podía dejar de pensar que sin duda Bastian poseía algo diferente.

Tal vez era por su cabello rojizo, que, a la luz del sol, brillaba como el fuego. O sus ojos.

Los ojos de ese chico le transmitían mucha tranquilidad.

¿Por qué? Ian no lo sabía. Tal vez era la propia aura de Bastian.

Escuchando a medias a su maestro, Ian comenzó a dibujar los rasgos que recordaba del muchacho.

¿Por qué cargaría un traje como ese? Ni que fuera de la realeza.

Pensó en el título con el que Bastian se había presentado, y frunció el ceño.

En Valask no existía monarquía, y aunque existiera, estaba seguro que no dejarían a un príncipe suelto por ahí. Él no era un experto, pero siempre creyó que la realeza siempre era custodiada por guardaespaldas en todo momento.

Terminaba su boceto, cuando se dio cuenta que sus compañeros estaban saliendo del salón.

Se apresuró a guardar sus cosas, y salió en busca de su profesora de geografía, pues no había podido hablar con ella después de su clase.

—Maestra, disculpe—ella enarcó una ceja hacia él cuando se acercó—. ¿De casualidad sabe dónde se encuentra el Reino de Dria?

—¿Reino de Dria? —su maestra pareció confundida—. No tengo conocimiento de ningún lugar llamado así. ¿Dónde lo escuchaste? —Ian no supo qué responder exactamente.

—En un artículo que leí en Internet—se decidió, luego de un segundo—. Me pareció interesante, así que quería saber si conocía más de él.

—Mmm, debe ser algún parque de diversiones o algo así, porque no existe ningún país llamado de ese modo—aquella respuesta solo dejó a Ian aún más desconcertado.

—Muchas gracias por su ayuda. Lamento haberla molestado—la mujer solo asintió, y se alejó.

Se quedó en su sitio, pensando seriamente en lo que estaba pasando, y se sobresaltó al recibir una llamada de Phil.

—¿Qué pasó? —preguntó Ian, una vez le había contestado.

—Este tipo es muy raro, Ian. Nadie sabe dónde quedan los lugares que está mencionando, y no existe registro de él en la base de datos. Le tomamos una muestra de sangre, ¿y adivina qué?

—¿Qué?

—¡No existe ninguna clase de sangre de su tipo! Le preguntamos cómo había llegado hasta aquí, pero lo que nos contó no tiene sentido. No entiendo cómo le haces para encontrar cosas raras, Ian, pero cada vez que lo haces, me impresionas más—Ian se rio entre dientes.

—Iré a la estación a verlo, ¿de acuerdo? Deja que me encargue de él. De seguro está desvariando, y solo necesita descanso.

—¿Crees que es seguro que te lo lleves a tu casa así nomás? Porque te tengo un update: La espada que carga ¡es de plata! La hoja es de plata, y la empuñadura es de oro con piedras preciosas. ¿Tienes idea de cuánto podría costar todo esto? Y lo que lleva puesto. Oh, Dios. Me estoy volviendo loco aquí.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora