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La capital no se encontraba tan lejos de su primer destino, por lo que tres días después, a primeras horas de la tarde, ya había llegado a las faldas del volcán donde se decía que habitaba la diosa de fuego.

Alyssa miró hacia arriba. Parecía que sería un camino preciosamente doloroso.

—¿Tienes alguna idea de cómo poder subir hasta allí, Syd? —preguntó, bajando de su yegua, y amarrándola a un árbol.

—Escalando, mi señora.

Bueno, eso era lo obvio.

No respondió nada, y sacó una zanahoria para Bonnie.

—Entonces no perdamos tiempo—ella sonrió.





Si la princesa se permitía darles un consejo a todos los que leen esta obra: Jamás escalen un volcán sin la protección adecuada.

O mejor: Nunca escalen nada. El dolor no lo valía.

Sus manos estaban sangrando de tener que agarrarse a la roca volcánica cada vez que se tropezaba o resbalaba por el terreno.

Sus rodillas no la estaban pasando mejor. Le ardían de tantas heridas.

Syd tampoco era de mucha ayuda. Se encontraba mucho más arriba que ella, haciéndole barras a lo tipo:

DENME UNA A.

¡A!

DENME UNA L.

¡L!

DENME UNA Y.

¡Y!

DENME DOS S.

¡DOBLE S!

DENME OTRA A.

¡A!

¿QUÉ DICE?

¡LA PRINCESA ALYSSA DE DRIA!

Ni siquiera tenía las energías para decirle que únicamente había deletreado su nombre, así que solo lo dejó pasar.

—Vamos, mi señora. ¡Falta poco! —le animó Syd, ya en la cima—. Ponga una sonrisa en su rostro. ¡Sonría! ¡La sonrisa le dará fortaleza!

—Syd, no me estás ayudando.

—¿Prefiere otro tipo de motivación?

—N...

—Entonces déjeme ayudarle—la interrumpió, y en un parpadeo, ya le había quitado la cantimplora que cargaba en su cinturón—. No volverá a tomar agua hasta que haya llegado aquí a mi lado.

—¡Syd! —el dragón la ignoró por completo, jugando con la correa de la cantimplora, que colgaba en su cola.

—Si no llega pronto, se me podría resbalar y desaparecería toda el agua que tiene, mi señora.

Alyssa gruñó, y siguió subiendo.

Mientras seguía su camino se preguntaba: ¿Será que terminaré muriendo por las heridas infectadas o por algo más?

Enterró esos pensamientos en lo más profundo de su mente. No podía permitirse ser negativa.

Cuando llegó al lado de Syd, se tumbó en el suelo, recuperando el aliento.

El dragón festejó:

—¡Eso es, mi señora! Ahora, una sonrisa...

—No—le arrebató la cantimplora, y bebió el agua, mojando parte de su vestido por el ansia.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora