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Al abrir los ojos, lo primero que vio fue un hermoso paisaje nocturno.

¿Ya me morí? ¿Así es el Cielo?

No se molestó en averiguarlo, por lo que volvió a cerrar los ojos.

Escuchó voces cerca, y frunció el ceño, en parte confundido y en parte fastidiado por el ruido.

—No puedes en serio estar enojado por haberme preocupado por tu salud —escuchó la voz de un hombre joven.

—Fui muy claro al decir que dormiría cuando él despierte—abrió los ojos, y volvió a fijarse en el cielo nocturno.

Creo que no estoy muerto, después de todo.

—¡No habías dormido en días! Él está perfectamente bien. Yo mismo lo cuidé mientras descansabas. ¿Tanto te cuesta no poner todo sobre tu espalda por una vez en tu vida?

—Me gusta ser yo quien se encargue de mis deberes —dijo el otro hombre, de voz extremadamente familiar, obstinado.

—¡Por los dioses, Bastian! —exclamó el chico, enojado.

—¿Bastian? —llamó, en voz alta. O lo que al menos Ian creyó que era alta, porque sintió como si el nombre salió de su garganta como si fuera un suspiro.

Las voces se detuvieron.

Sintió que tomaron su rostro, y se sumergió en las profundidades de un par de ojos azules, que lo miraban con total preocupación.

El corazón de Ian se apretó al ver el rostro de Bastian, que captaba toda su atención en él.

—¡Estás despierto! —chilló Bastian, y lo estrechó entre sus brazos—. Adrian, llama al médico—le dijo a la persona que lo acompañaba—. ¿Cómo te sientes? ¿A qué hora despertaste? —le preguntó, separándose, acunando su rostro con ambas manos.

Ian todavía estaba algo indispuesto, y la visión se le nubló por un segundo.

—¿Hace un rato? —contestó, con voz rasposa. Su garganta se sentía seca—. ¿Dónde estoy? La última vez que vi, me estaba muriendo.

—¡No creas que dejaré pasar eso! —dijo Bastian, con enfado—. Se supone que yo debería ser el suicida de los dos. No tú—le sirvió agua en una copa que parecía ser de oro, y se la brindó.

Ian observó la copa, analizando si en serio era de oro, pero la sed le ganó, así que dejó de prestarle atención.

Terminó de beber, antes de contestar:

—Ya, ¿y eso quién lo decide? ¿Tienes algún código que diga que los príncipes mágicos tienen que salvar a sus parejas sí o sí? —se sentó en la cama, e hizo una mueca.

—Ten cuidado—Bastian lo ayudó a acomodarse—. Creí que te perdería. Nunca más vuelvas a hacer algo así, por favor—Ian se rio.

—Juras que te haré caso—dijo, como si la petición del príncipe hubiera sido un muy buen chiste.

—Ian Love—escuchó el tono de reprimenda en su voz.

—Tú hubieras hecho lo mismo—lo cortó Ian—. Te iban a disparar, ¿crees que hubiera dejado que te hicieran eso solo para que yo saliera vivo? Tienes un concepto de broma muy errado —miró a todos lados—. ¿Me dirás dónde estamos? ¿Y por qué usas tu ropa de casting para Disney? —eso último le sacó una sonrisa al príncipe.

—Estamos en Dria, Ian.

—¿Qué? —volvió a mirar hacia todos lados.

Por alguna razón no se había percatado que se encontraba en una habitación más grande que su apartamento, llena de muebles y lujos. En pocas palabras: Era bellísima. A su cerebro no le había llamado la atención ese detalle, al parecer.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora