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Alyssa miró de arriba abajo al acompañante de su hermano.

—¿Este es? —preguntó, señalándolo.

—Quin—contestó, con simpleza—. Era amigo de Arlas, así que lo invité a presenciar con nosotros la ejecución de sus asesinos—su hermana asintió, y extendió su mano al hombre.

—Alyssa. Gusto en conocerte—Quin estrechó su mano—. Le pediré a alguien que traiga ropas para ti, si así lo deseas.

—Estoy bien—contestó, y Alyssa no presionó.

La princesa miró a su hermano menor, y Adrian supo lo que su mirada quería decirle, sin embargo, lo ignoró.

—Nos encontraremos en la cruz dentro de un par de minutos—dijo su hermana mayor, al darse cuenta que no recibiría respuestas—. No demores—y sin más que decir, se retiró.

Adrian suspiró, y volteó a verlo.

—Sígueme.

Realmente no disfrutaba de presenciar la ejecución de los criminales, y se alegraba que no siempre se llegaba a ese extremo, pero había tenido que verlo unas cuantas veces en su vida.

Adrian tenía pleno conocimiento de que, en otros países, a los prisioneros los ejecutaban en una plaza y dejaban sus cuerpos a las afueras de la capital a modo de advertencia sobre lo que ocurría si traicionaban a la corona, pero en Dria, la casa real no disfrutaba de escenarios tan públicos y grotescos.

Aquellos actos se realizaban solo con la familia real presente y algunos miembros del Consejo.

Se adentraron a la arena, donde ya se encontraban su padre y su hermano mayor, quienes, al verlo, solo asintieron a modo de saludo, para luego seguir hablando de cosas que a Adrian no le importaban.

—¿En serio veremos cómo les cortan la cabeza? —preguntó Quin, detrás de él.

—Generalmente solo presenciamos la flagelación, y dejamos que los verdugos se encarguen del resto. No lo vemos directamente.

—Ah—Adrian le echó un vistazo ante el tono de su voz.

—Si estás tan decepcionado, puedo pedirles que te dejen estar aquí hasta que veas cómo incineran sus cuerpos en la hoguera.

—¿Incineran sus cuerpos?

—¿Qué creíste que hacíamos? ¿Otorgarles un entierro digno?

—No lo sé. ¿Echar sus cuerpos a una fosa común?

—Demasiado problema. Hacer algo así podría atraer pestes y enfermedades no deseadas—le brindó una sonrisa astuta—. Tal vez puedas aprender una o dos cosas este día.

Su hermana se presentó junto a su madre y una mujer desconocida para Adrian, unos minutos después. Los demás miembros del Consejo llegaron tras ellas, y se acomodaron en un pequeño tribunal que había cerca.

No tuvieron que esperar mucho antes de observar entrar a los prisioneros. Algunos, al ver el poste de flagelación, forcejearon, pero eso solo causó que los golpearan, para obligarlos a caminar.

El Rey se plantó frente a ellos.

—Confié mi vida en ustedes. Confié mi país a ustedes. Traicionaron a las únicas personas en este planeta que podrían abogar para que no acaben aquí—miró a los soldados, y realizó un gesto con su mano.

El proceso fue tan lento como Adrian esperaba que lo fuera.

Realmente no le sentaba bien escuchar al látigo impactar una y otra vez contra la carne.

Alyssa se acercó a él, y colocó una mano en su espalda.

—Falta poco—le dijo, en voz baja.

Sus ojos se encontraron con los de Lucio por un momento. El hombre lo miraba con rabia, mientras lo azotaban.

Adrian sostuvo su mirada, hasta que el hombre finalmente se rindió, y dejó caer su cabeza.

La sangre caía en la arena en pequeños charcos, lo que hacía que el príncipe se imaginara lo que el flagelo le estaba haciendo con los prisioneros. Lo ponía mal del estómago.

El Rey levantó una mano, siendo señal para los verdugos, que pararon.

—Ya saben qué hacer—se levantó del trono que habían acomodado para él, y salió de la arena.

Adrian miró a Quin, que tenía su vista puesta en Lucio.

—¿Te quedas hasta el final? —el hombre asintió—. Muy bien. Cuando acabes aquí, alguien te llevará conmigo—se dirigió a la salida de la arena, y pudo respirar tranquilo una vez la puerta se cerró tras él.

—Su alteza, ¿está bien?

—Lo estaré—le aseguró a Dima.

Pasó la siguiente hora en el balcón que había compartido con Quin hacía días atrás, y no levantó la vista de su libreta cuando escuchó la puerta abrirse.

Quin se sentó frente a él, con su semblante de siempre. Parecía bastante tranquilo.

—Bueno, ¿y qué te pareció? — Adrian lo miró, expectante a su respuesta.

—Satisfactorio—contestó, después de un momento.

—Me alegra que uno de nosotros disfrutara del espectáculo—regresó su vista a la libreta—. Puedes retirarte en el momento que desees. No necesitas darme una respuesta inmediata.

—Ahora entiendo por qué lo hiciste—levantó la vista hacia Quin, enarcando una ceja.

—¿Hacer qué cosa?

—Invitarme—Adrian sonrió.

—¿Ver a los asesinos de Arlas pagar por sus crímenes?

—Sabes que no es solo eso.

—Has pensado mucho en mí, por lo que veo. Realmente no hay motivos ocultos. Estoy ocupado, así que pediré que te escolten devuelta a tu casa. Esta puede ser nuestra despedida o un hasta pronto.

Escuchó a Quin levantarse.

—Lo pensaré—contestó, antes de salir del lugar, con un soldado tras él.

Adrian sonrió, pero luego suspiró por el cansancio, y siguió en su libreta por un rato más, hasta que se levantó, y decidió ir a Litz.

Había pasado tiempo desde la última vez que había visto a sus amigos, y deseaba con todo su corazón olvidar lo que había ocurrido en los últimos días.

Apenas había abierto la puerta, cuando escuchó:

—¡Adrian! —no tuvo tiempo de reaccionar, pues alguien ya lo estaba abrazando.

—¿Vlad? —no podía ver bien, pero reconocía el olor a vainilla de su amigo.

—Nos enteramos de todo lo que pasó—el chico se separó, y antes de poder hacer algo más, alguien lo empujó.

Meg tomó su rostro entre sus manos, y lo examinó.

—¿Te encuentras bien? ¿Estás bien? ¿Cómo está Alyssa? ¿Todos están bien? —se veía extremadamente preocupada.

—Chicos, no abrumen a Adrian—habló Lev, que recién había llegado.

Meg lo dejó en paz, y su amigo se posicionó frente a él.

—¿Cómo estás?

—Podría estar mejor—contestó, y Lev asintió, para después abrazarlo, tan fuerte que le dolían las costillas.

—Cualquier cosa que necesites, estamos aquí.

Adrian sonrió, sintiéndose más ligero ante la preocupación de sus amigos, y le devolvió el abrazo a Lev.

—Lo sé.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora