𝕍𝕀𝕀𝕀

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Bastian no entendía qué había de malo con su ropa. Muchos hombres en su reino lucharían por poseer el traje que él llevaba puesto el día de su cumpleaños, pero Ian no pensaba lo mismo.

El primer fin de semana que Bastian pasó en aquel lugar, Ian decidió que ya no podía soportar verlo como "el príncipe Eric pelirrojo", así que no lo dejó opinar respecto a comprar ropa, y como la suya no le quedaba, el sábado en la mañana fueron juntos a la casa de Phil, que se encontraba bastante malhumorado cuando les abrió la puerta.

—Te trajimos el desayuno—le había dicho Ian, con una sonrisa.

Phil solo había tomado la bolsa que traía, y se la llevó a otro lado.

Se dirigieron directamente a la habitación del hombre, e Ian comenzó a revisar en los cajones algo decente para que Bastian se pusiera.

—Te hubiera prestado la ropa que papá dejó la última vez que vino a visitarme, pero no creo que te quede tan bien como la de Phil—Ian le entregó un pantalón de mezclilla y una camisa blanca.

—Ian, no es necesario que me compres ropa.

—¿Y dejarte pasear por Londrard vestido así? —les echó un vistazo a sus pantalones de tela café y camisa formal blanca—. Nop. Créeme, Bastian, luces como si el príncipe Eric y la sirenita hubieran tenido un hijo con un pésimo sentido de la moda—Bastian seguía sin comprender las referencias que Ian mencionaba, así que decidió ignorarlo.

—¿Pero no dijiste que las cosas eran caras aquí? Y ni siquiera me dejas ayudarte a pagar.

—No hay necesidad—Ian le restó importancia—. Sé de un lugar donde venden ropa barata y bonita, así que no me lleves la contraria y ponte eso—salió de la habitación.





Phil se ofreció a llevarlos al lugar del que Ian le había hablado, y aunque Bastian pensó en rechazarlo, Ian lo calló y aceptó sin dudarlo.

La tienda de la que Ian le había hablado no tenía mucha clientela, sin embargo, parecía haber una gran cantidad de mercadería para vender. Filas de perchas se extendían por todo el lugar. Había ropa para todos los gustos y géneros.

Ian se dirigió a una de las perchas más cercanas con ropa para personas de la contextura de Bastian, por lo que el príncipe lo siguió.

—Muy bien, Bas—frunció la nariz ante el apodo—. Espero que no te moleste que te llame así—decía, mientras revisaba entre la ropa.

—No importa—le contestó, y se dio cuenta que realmente no le importaba. Nunca nadie lo había llamado así, y podía decir que el apodo no le desagradaba.

Ian agarró la mayor cantidad de ropa que creía que le quedaría a Bastian, y se la puso en los brazos.

—No nos iremos de aquí hasta que te pruebes todo lo que te dé, ¿de acuerdo? Y confía en mí, te vestiré como un universitario de 20 años vestiría.

Ian lo arrastró hacia un vestidor, y esperó afuera.

Aunque a Bastian siempre le había estresado probarse ropa, las sonrisas animadas que le brindaba Ian cuando lo examinaba, hacían un poco menos tortuoso el momento.

—Ay, Dios. No puedo creer que todo te quede bien—se quejó Ian, luego de verlo con un par de pantalones negros, camiseta blanca y chaqueta de cuero—¿Es esto un beneficio de los príncipes mágicos? ¿Ropa de buen niño? Te queda bien. ¿Ropa de chico malo? ¡Te queda bien! Me pregunto cómo te verías si te pusiera un vestido cuando toda la ropa estereotipada te queda perfecta.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora