𝕏𝕍𝕀𝕀𝕀

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—Hemos terminado, su alteza—Bastian asintió al hombre, y volvió a ponerse la chaqueta.

El médico comenzó a escribir en su libreta, y de vez en cuando lo observaba de reojo.

A Bastian le estaba molestando aquella mirada.

—Doctor —su madre intervino, al captar su molestia—, ¿todo está bien con Bastian?

—El príncipe Bastian se encuentra en perfecto estado de salud, no sabría explicar aquel repentino estallido de...magia dentro de él.

—¿Qué tal si lo dejamos sin especificar y seguimos con nuestras vidas? —dijo Bastian, abrochando la chaqueta, sin dirigirles la mirada.

—Gracias por su ayuda, doctor —volvió a hablar Clarissa—. Bastian está un poco cansado, así que será mejor que lo dejemos descansar un poco.

El médico salió de la habitación, y la Reina volteó a ver a Bastian.

—No vuelvas a ser maleducado con él. Solo trata de ayudarte—reprendió Clarissa a Bastian.

—Me han estado haciendo estudios desde hace días. Me he tenido que aguantar las miradas de ese señor desde que comenzó a tratarme cuando era un niño. Sabes que antes me miraba como si fuera un fenómeno, y ahora que soy "normal"—Bastian hizo comillas con sus dedos—, me mira como si me hubiera crecido una segunda cabeza. He sido lo suficiente educado con un hombre que no me respeta.

Su madre soltó un suspiro, pero sonrió, y se acercó a su hijo.

—Sé que es molesto —tomó las manos de Bastian y les dio un apretón—, pero no hay que olvidar nuestro lugar, Bastian. Eres su príncipe, y debes guardarles respeto, aunque sean groseros contigo.

—Eso es uno de los peores consejos que me has podido dar alguna vez, madre. ¿Por qué tengo que respetar a quienes no me respetan? ¿No me habías enseñado que el respeto se gana? —Clarissa parpadeó, y se rio.

—Por supuesto —la Reina se sentó a un lado—, pero me gusta creer que, si te comportas bien con los demás, no te rebajas a su nivel. Quiero creer que te he criado de tal manera en que eres mejor ser humano que cualquiera que quiera dañarte. No es justo, pero cuando personas como él te atacan y tú no los atacas devuelta, créeme que la vergüenza la sentirá la otra persona. Además, debemos mantener la paz con aquellos que nos sirven, ¿no crees?

—Supongo —Bastian refunfuñó—. ¿Cómo lo aguantas? Estoy seguro que te has encontrado con gente mucho peor.

Clarissa se frotó las manos, y asintió.

—Mi madre siempre me dijo que tratara a la gente con gentileza y amabilidad, que no era fácil, y que requería de mucha práctica, pero que no debía rebajarme al nivel de las personas maliciosas. Cuando me casé con Ben, fue un escándalo sin precedentes —se rio—. Muchos decían que solo me había casado con él porque era el Rey, y que me había metido en su cama y cosas así.

—Pero—Bastian abrió la boca, indignado—, ¡eras una niña! Tenías como ¿cuánto? ¿17 años? Dioses, qué asco que me dan.

—Cuando eres una persona de origen muy muy humilde, como yo, y te casas con alguien como Ben, ese tipo de comentarios son el pan de cada día. Tu padre sabía lo que ocurriría si nos casábamos, y me rogó que lo dejara, porque no quería que yo sufriera algún tipo de daño. Ahora te pregunto, Bastian, ¿crees que las mujeres en esta familia somos tan frágiles como para no aguantar los comentarios de personas que no influyen nada en nuestra vida?

—Por supuesto que no.

—Eso fue lo que le dije —sonrió—. El reinado de tu abuelo fue... fue terrible, por no decir otra cosa, así que las personas de mi clase debían aprender a defenderse a como dé lugar. Un par de comentarios fuera de lugar no harían nada para dañarme.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora