𝕀𝕍

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El tan esperado cumpleaños de su hermano mayor había llegado.

Todo era un caos dentro del palacio, por lo que Alyssa decidió quedarse dentro de su habitación hasta que llegara la hora de arreglarse.

Cuando se miró al espejo, solo pudo pensar en una muñequita. Una que se veía delicada y frágil.

—¿Princesa Alyssa? —escuchó que una de las muchachas la llamaba, pero ella no contestó.

Siguió admirando su reflejo. Su cabello había sido adornado con piedras preciosas que combinaban con su vestido color azul pastel en tonos agua. No podía quitar la vista del espejo.

Admiró por un segundo las piedras preciosas que decoraban las mangas del vestido, y reaccionó con un sobresalto cuando quisieron colocarle su tiara.

—Por esta noche no creo que sea necesario—dijo Alyssa, bajando de la pequeña tarima.

—Pero princesa...

—Pareceré una lámpara con tantas cosas brillantes en la cabeza —se sentó, para que le colocaran los zapatos de tacón.

Una vez hecho esto, despidió a las personas que la habían asistido, y se miró nuevamente en el espejo.

Si tenía que ser sincera, no era totalmente ajena a los vestidos y a arreglarse. En realidad, le encantaba. Lo que no le gustaba era sentirse como si fuera un juguetito que solo servía para sonreír y saludar cordialmente.

Como mujer e hija del Rey, le habían enseñado que sólo podía abrir la boca cuando alguien se dirigía a ella. Si no pedían su opinión, no podía hablar. Ni siquiera si la conversación era sobre ella. Debía quedarse quieta y sonreír, dejando que la gente la trate como si no pudiera pensar por sí misma.

Soltó un suspiro.

Se encaminó a su tocador, y abrió uno de los cajones.

—Princesa—volteó hacia la puerta, donde Garald se encontraba—, el consejero Lucio me pidió que viniera por usted—asintió.

—Vamos—agarró su medallón, y lo abrochó en el hombro del vestido, justo sobre su corazón.





Adrian se miró en el espejo, y lo primero que notó fue a su reflejo miserable e incómodo.

Fingió una sonrisa, y les agradeció a los muchachos que lo ayudaron a prepararse.

Se volvió a mirar al espejo, y trató de parecer feliz. No lo era, así que no pudo hacer mucho.

El traje que llevaba puesto era bonito, pero el color no le agradaba en lo absoluto. Era de un azul oscuro que a su hermano le quedaría muy bien, pero en alguien como Adrian, se veía...incorrecto. O al menos él lo sentía así.

Su mirada se detuvo en su medallón, y se preguntó si realmente lo valía.

Él sabía perfectamente que esa noche sería un incordio. No se imaginaba cómo sería para Bastian.

Se llevó una mano al medallón, y acarició el emblema.

¿Cuándo alcanzaría el límite? ¿Algún día rechazaría todo para lo que había sido criado? ¿Se permitiría a sí mismo dejar de lado todo por su bienestar, sabiendo lo que podía destruir? ¿Qué haría si ese día llegaba? ¿Tomaría una decisión egoísta o ignoraría lo que su corazón deseaba?

—Su Alteza—volteó a ver a Lucio, que había entrado a la habitación—. Es hora—asintió.

Volvió a mirarse al espejo, y respiró profundamente.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora