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—Me iré por unas horas—le informó Adrian a su madre, levantándose de su asiento—. Si algo ocurre, manda a alguien inmediatamente a Litz, ¿de acuerdo?

—No te preocupes. Ve con cuidado—Adrian asintió, y salió de la habitación.

Se llevó una mano a la nuca, sintiendo lo tenso que se encontraba.

—¿Todo bien, príncipe Adrian?

—Sip. Solo estoy un poco cansado—le sonrió a Dima.

Juntos se dirigieron a la salida del palacio, pero al acercarse al Gran Salón, escucharon un par de voces que parecían estar en una discusión.

—No me iré de aquí hasta ver al Rey—dijo un hombre, que jamás había visto, cruzándose de brazos.

Adrian le hizo una seña a Dima, y se detuvieron, para observar el intercambio de palabras, en silencio.

—El Rey está muy ocupado como para prestarle atención a un campesino como tú—contestó Lucio, molesto.

El príncipe se preguntaba si ese hombre en serio era un campesino. Parecía más un matón que nada, sin embargo, se recordó a sí mismo que Lucio llamaba de esa manera a cualquier persona que no fuera un noble.

Adrian había escuchado sobre los tatuajes, pero nunca había visto a alguien llevar tantos como aquel tipo.

Por sus musculosos brazos se extendía una red de tatuajes, a los cuales no les podía discernir la forma, pero se veían magníficos sobre la piel canela del tipo.

Analizó su apariencia por un momento.

Sin duda poseía un aura rebelde, y parecía que estaba dispuesto a pelear con Lucio en cualquier momento.

—Pues no me moveré de aquí hasta tener una audiencia con el Rey.

—Si no te vas por cuenta propia, ordenaré a los guardias que te saquen de aquí.

—Que lo intenten—sonrió, con burla.

—¡Guar...!

—Tengo información para el Rey—interrumpió el hombre, con voz calma y despreocupada.

Lucio lo miró con interés.

—¿Información? ¿Qué clase de información?

—¿Eres el Rey? —enarcó una ceja.

—Soy su consejero...

—Entonces tú y yo no tenemos nada de qué hablar—lo cortó, con la rabia tiñendo sus palabras—. Veré al Rey o no me iré de aquí.

—¡Tú...!

—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó Adrian, saliendo de su escondite, con el ceño fruncido.

Lucio se sobresaltó en su sitio, y el matón lo miró de arriba abajo, como si estuviera analizando quién era la persona que había interrumpido la conversación.

Ahora Adrian se encontraba lo suficientemente cerca para ver bien su rostro: en sus ojos violetas rojizos, pudo ver la chispa característica de los ferienses. Tenía una cicatriz en su ojo derecho, pero por lo demás, era un tipo bastante atractivo.

—Su alteza, no pasa nada. Este hombre está causando problemas, nada que no pueda manejar—enarcó una ceja hacia Lucio, y volteó a ver al tipo.

—¿Necesitas algo? —le preguntó, con voz calma.

—Ver al Rey—contestó, todavía analizándolo con detenimiento.

—Mi padre se encuentra ocupado en este momento.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora