34. "¿Qué es el amor?" - Parte Final

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"Ven a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará."

Julio Cortázar

Años atrás, aquel 8 de mayo, sucedería lo que quedó grabado en la memoria de los presentes como "La noche del ouzo" (Episodio también conocido como "El vómito de la doncella" o "No jodas, Milo, Shaka se ha roto").

Mu intentó convencer a su amigo -muy efusivamente- de asistir porque necesitaba su apoyo moral para poder sobrevivir aquella noche y el rubio, a regañadientes, había aceptado. Milo había organizado todo arrastrando al joven león que de buena gana había celebrado la idea de las bebidas y, luego de conseguir algo de dinero extra, aparecieron con sus botellas y sus cuerpos adolescentes listos para olvidar aquellos arduos y extenuantes entrenamientos con una noche de borrachera.

Aldebarán no deseaba festejar. Creía que no había motivos para hacerlo y en su mente, era solo un número más en el calendario que podía pasar tan desapercibido como él. Bueno, eso y Mu. Mu actuaba de forma extraña desde hacía tiempo ya y cuando le vio atravesar la puerta con el santo de Virgo su corazón se aceleró. ¿Estarían juntos? Suspiró angustiado y deseo profundamente ser capaz de volverse invisible, de todas formas, casi lo era.

–Feliz cumpleaños, Alde. –sonrió el tibetano entregándole un pequeño obsequio junto a un sobre, pero el brasileño lo guardó sin abrirlo.

Algunas risas genéricas y una cena después decidieron que destruir la abstinencia del santo de Virgo era una aventura novedosa y que verle algo alcoholizado podía ser divertido. Fue Milo quien tuvo la brillante idea; después de todo, ver al rubio serio sucumbir ante la graduación alcohólica del ouzo podía ser anecdótico, entre otras cosas.

El indio se opuso, como todos lo esperaban, pero Aioria logró que su obstinación cediera.

–Shaka, si tu mente esta tan entrenada como se supone que debería estar, el alcohol no puede alterarla ¿no? Quiero decir, ¿de verdad esa botella puede derrotar al santo de Virgo?

El rubio arrugó la nariz como respuesta y quiso protestar.

–Claro que no, nadie puede derrotarme y sí, mi mente está extremadamente entrenada, león.

–Demuéstralo entonces. Mucha palabra y poca acción, que aburrido. –respondió Aioria, apoyando la botella sobre la mesa.

Aquellas palabras provocaron lo que no debían provocar. Mu intentó detenerlo, necesitaba a su joven amigo lúcido y sabía que aquella mente entrenada no podría detener el licor.

–Shaka, no tienes que hacerlo. –protestó el tibetano intentando interceder, pero los dedos pálidos del guardián de la sexta casa ya se habían cerrado en torno a la botella y todo sucedió muy rápido.

–No, que eso no se bebe así, hombre... –murmuró Milo cubriendo su sonrisa con la mano buscando con sus ojos abiertos y azules la mirada cómplice de Aioria solo para soltar una carcajada furtiva.

El indio tragaba como podía ante la mirada aterrada de Mu quien intentó detenerlo nuevamente.

–Shaka, ya déjalo...

Para cuando finalmente lo dejó ya era algo tarde y la boca del rubio se abrió para dar paso a un ataque feroz de tos antes de desfigurarse en un gesto de asco.

–Ya está. No es tan grave. –aseveró antes de sentarse, pero su postura fue desdibujándose con el pasar de los minutos y las horas hasta dejarle laxo y convertirlo en un manojo de palabras pronunciadas de forma extraña para alegría de los griegos.

Memorias del SantuarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora