38. Stradivarius - Parte 2

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Rodorio, Atenas, Grecia

Lena no esperaba visitas, pero los golpes urgentes y sólidos en la puerta la arrastraron rápidamente lejos del diario donde volcaba en forma de palabras aquellas cosas que jamás podría volver a decir en voz alta. A él, a Kanon, y todo lo que él se había llevado bajo tierra: su compañía, sus brazos y aquellas frases que no volvería a repetir su boca mirando sus ojos verdes, para ser correspondida por un beso divertido.

Necesitaba, al menos, a modo de drenaje agónico, hilar letras y oraciones en una hoja para aliviar el peso de la ausencia.

Se levantó veloz para encontrar nuevamente el rostro de su cuñado tras la madera colorida que delimitaba la entrada de su casa. Aquel golpe había sido seco y aún no lograba acostumbrarse.

Lo invitó a pasar con un gesto, intentando reacomodar en su cerebro (y su corazón) que aquella persona casi idéntica a Kanon, era solo una imagen.

–Supongo que no esperabas verme tan pronto. –deslizó él, entrando en la pequeña casa de colores cítricos y amables a los ojos. Estaba nervioso. –A decir verdad tampoco lo creí, pero tengo algo que te pertenece y me gustaría entregártelo personalmente en nombre de mi hermano.

Lena lo observó con algo de curiosidad.

Sus ojos grandes (y en otra vida, expresivos) se veían apagados y húmedos. Le invitó un café que el gemelo vivo no declinó y se preguntó internamente por qué se veía aún peor que la primera vez. Su cerebro envió la respuesta en forma del recuerdo crudo de la ausencia; como una burla cargada de eternidad que la alcanzó con un intento de espasmo reprimido para no romper en llanto nuevamente.

Se alejó a la cocina un instante dejando a un Saga
(la madera que descubrió ser un violín)
casi muerto detrás.

El gemelo inhaló, preparando brevemente aquel discurso que improvisaría de forma rápida para liberarse de aquella misión. Sus iris verdes y marchitos pasearon escaneando el lugar para encontrarse nuevamente con los ojos de su hermano muerto en una fotografía. Observó la imagen impresa y el Kanon feliz que rodeaba con sus brazos a su novia en colores vibrantes, enmarcado e inerte, le obsequió el recuerdo de su sonrisa.

Cuando la joven reapareció minutos más tarde con dos tazas color lima cargadas de café (su estómago se cagó en sus muertos), Saga extrajo algo de su bolsillo para ponerlo delicadamente sobre la mesa.

–Siento ser yo quien te lo diga, y ser ahora el mensajero de mi hermano... pero tenía algo para ti que no logró darte y me parece justo que llegue a tus manos. Creo que él lo hubiera querido así.

Extendió con los dedos la caja y con otro movimiento rápido, la nota, acercándolas a Lena. La joven observó todo en lo que el santo de Géminis consideró un estado de shock.

–Iba a proponerte matrimonio y eso lo ilusionaba. Creo que la muerte le ganó la partida. –asintió.

Finalmente había llegado a destino.

La joven acarició con nostalgia aquella hoja recordando las notas que solía dejarle por toda la casa, escondidas a modo de juego o breves mensajes. Comenzó a llorar en silencio.

("Lo siento, me comí el postre pero prometo comprar más :)" rezaban sus papeles diminutos encerrados en la nevera con el dibujo torpe de una cara triste sobre la bandeja de turno, ya vacía. También solían aparecer pequeños dibujos, de él mismo, haciendo alguna tontería como terminarse el café "Se han terminado el frasco, ¿te lo crees? No sé quien ha sido, pero las cámaras de seguridad han registrado esto.")

–Ha dejado eso escrito, la improvisación no se le daba bien.

El reencuentro con su letra post-mortem no fue divertido. Ni un ápice. Rompió en un llanto tan agudo que su cuñado la observó perplejo, sin saber cómo reaccionar. Leyó sus garabatos, pero las lágrimas pesadas y plomizas que manaban a borbotones, le impedían ver.

Memorias del SantuarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora