Camus estaba tan estupefacto que fue Aioria quien tuvo que empujarlo fuera de aquel trance. Se acercó a él con cierta cautela y apoyó una mano en su espalda, después de todo, era la persona que su amigo había decidido amar hasta su último aliento consciente. El francés había preparado mentalmente las mil cosas que haría allí, pero de esas mil no pudo hacer ninguna.
-¿Cómo está? -solo pudo articular, mirando al león.
-Dormido... y... el último parte no fue bueno. -agregó, con tristeza. No le parecía importante decir mucho más.
En la última conversación con su hermana, le pidió saber absolutamente todo mientras garabateaba rápidamente todo lo que podía como si fuese un alumno desesperado intentando estudiar para su último examen. La francesa le había explicado lo que vería probablemente: el soporte vital, la intubación endotraqueal y la ventilación mecánica, entre otras cosas. Le habló de algo llamado Escala de Ramsay y de los diferentes estímulos que podían recibir los pacientes sedados. El francés lo anotó todo.
"Háblale mucho, pero no le exijas que se despierte porque no puede. Dile que sabes que te escucha y con eso basta. Cuéntale cosas. Dile como te sientes pero no le angusties, el paciente es él, no tú. Él te escuchará, Camus. El oído es el último sentido que se pierde y el primero que se recupera." le había dicho, con seguridad.
El había escuchado aquello incrédulo. Le parecía una ridiculez fantasiosa y una leyenda urbana para los familiares que no podían lidiar con el dolor. Una persona dormida no puede escucharte, se dijo con certeza.
"¿Y cómo sabré que me escucha?" aventuró él. Quizás una parte suya quería creer que Milo sí lo escucharía.
"Te lo dirá su corazón." le había dicho ella, pero asumió que era una bobada romántica y lo omitió.
Se sentó junto a él, intentando permanecer inmune a lo que veía y con un gesto solemne preguntó.
-¿Qué tan sedado está?
-No soy médico, Camus, pero supongo que bastante a juzgar por lo que veo. Su médico dijo que le quitaran la sedación cuando se estabilice, pero aún deben mantener los recursos de su cuerpo en un nivel muy bajo para que no colapse.
No se atrevía a hablarle ni acercarse del todo a él, no podía con aquello. Su hermana se lo había advertido sí, pero la pequeña pulmones estereofónicos había estudiado para ello y los pacientes que veía no eran Milo, aquellos ojos que le asesinaban y le daban vida a la vez. No podría estar preparado para ver aquello ni en un millón de años, después de todo, el griego lo había enterrado a él, y él, sin embargo, no sabia lo que se sentía.
-Mi hermana es enfermera y me dijo que cree que escucha y que debería hablarle... -aventuró algo avergonzado para no sonar ridículo cuando le hablara a ese cuerpo hecho trizas que yacía inerte en la cama del hospital.
Aioria asintió.
-Sí, eso dicen.
Inhaló, profundamente y se sentó a su lado.
-Hey... -dijo, cogiendo su mano aún sintiéndose ridículo. -Milo... -hizo una pausa para reponerse y tosió, ajustando su voz. -Soy yo, Camus... aquí estoy... sentado justo junto a tí.
"¿Y cómo sabré que me escucha?"
Su frecuencia cardíaca y su tensión, aumentaron, a modo de respuesta.
"Te lo dirá su corazón"
La jodida tenía razón.
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Memorias del Santuario
FanfictionEsta historia no es una sino varias, escrita por muchas voces. Un recorrido por infancias y la adolescencias; adultos que intentan ser guerreros y amantes. Personas que desean amar y descubren que, a veces, el aprendizaje puede ser algo doloroso. ¿C...