9. El templo de la doncella

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A pesar de que intentó seguirlo, pudo darse cuenta ese día que dejarlo estar era lo mejor que podía hacer para conservar lo que quedaba de su amistad. Camus estaba molesto, molesto y por lo que se veía, harto. Supuso que el estrés emocional le estaba jugando una mala pasada, pero no sabía exactamente cuanto.

También sabía que su hermana vivía temporalmente en el templo de la doncella y eso significaba que Camus pasaría un buen rato allí. Quizás, podría aparecer buscando a su amigo indio y casualidad de casualidades, verle. Se moría por verle. 
Tenía una abstinencia galopante.

Llevaba días sin ver a Camus por allí y tampoco le había sentido atravesar el templo del Escorpión.

Miró su reloj, eran las 6 de la mañana. No había pegado un ojo dándole vueltas al asunto. Podía fingir bajar y saludar a Shaka, después de todo, el rubio tenía la insoportable manía de despertar increíblemente temprano como un puto reloj suizo desde que había llegado al santuario hacía más de 18 años atrás. 

¿Por qué no? Era su amigo, y en ese momento, el único que sabía de la situación con Camus, seguro le echaría un cable. 

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Se vistió rápidamente, bajó las escaleras y atravesó el templo de la balanza atento al movimiento, pero su nuevo guardián no se encontraba por allí. Quizás dormía. 

Al llegar al sexto templo no le sorprendió ver a Shaka en su cocina, ya despierto.

-Buenos días, Barbie leche dorada.

El rubio sonrió.

-No imagino por qué vendrías a mi casa a las 6 de la mañana dado que mis desayunos te desagradan. -dijo alegre el rubio, revolviendo algo en el fuego. 

-Hombre, ¿que dices? Pero si es que el té con mierdas asiáticas y pimienta me ha fascinado. 

-Ya veo. Si buscas a Camus, aún no llega.

Milo exploró la cocina en busca de algo de comer y espió lo que su colega de la sexta casa preparaba con tanta elaboración por sobre su hombro.

-Tranquilo, ¿no puedo simplemente querer desayunar con mi amigo?

-Pues está listo-replicó, extendiéndole un plato. Bueno, si había que ser justos, no se veía mal. -Que disfrute. 

El griego pegó un bocado grande. Grande por no decir enorme. Su cara pasó del oliva claro al rojo en una fracción de segundo. Sus ojos, ahora vidriosos, se abrieron tanto como pudieron antes de protestar.

-¡COÑO COMO PICA! ¿¡PERO QUE COJONES ES ESTO, CHICO?! Joder, joder, joder, agua, agua, agua.. -se levantó tan rápido que aunque su amigo quiso advertirle, Milo ya había alcanzado el grifo.

-El agua no ayu---

No consiguió detener al joven que se metió dos vasos de agua entre pecho y espalda con la velocidad del rayo.

-¡QUE PICA MAS! ¿QUIERES MATARME O QUÉ? 

El rubio le alcanzó un vaso de leche. -Bebe y deja de llorar, que das un poco de vergüenza. -Milo bebió y luego de un trago profundo y largo, volvió a hablar con mas tranquilidad.

-¿Tío pero que mierda coméis en India de verdad? Ya veo porque estás tan delgado, imagino que comiendo esto regularmente estás que te cagas por la pata abajo.

Shaka sonrió y mordió la comida, con su tranquilidad característica. 

-Pues una pena que no lo disfrutes, porque me ha quedado muy bueno.

-Cabrón, Buda no te enseñaba a cocinar, ¿no? Joder, chico, de verdad. ¿Cuanto llevas viviendo aquí? ¿No es hora de adaptarte a las costumbres? -cuando su paladar decidió calmarse, decidió buscar algo comestible en la cocina de su amigo. Uvas, bingo.

Memorias del SantuarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora