12. Vigilias

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Milo resopló aburrido. Supuso que Shaka había logrado su cometido porque dejó de preguntarle tonterías. Esa noche le tocaba la guardia, lo que no le hacía puta gracia, pero al menos la noche era bonita y no llovía torrencialmente como la última vez que le tocó. Las vigilias nocturnas eran aburridas, pero al menos no se empaparía vivo.

La guardia se realizaba justo antes de la entrada de la casa del carnero, pero lo que vió le aterró más que cualquier enemigo.

Camus.

Si finalmente el rubio había logrado descubrir el maravilloso mundo del calor humano entre las piernas de una amante, Camus les encontraría juntos. Debía detenerlo. Ya encontraría él la forma.

-No esperaba verte aqui -le dijo el escorpión acercándose a él. -Creí que te habías marchado. 

-Ya terminé mis tareas. ¿Te toca guardia?

El griego asintió, resoplando nuevamente.

-Si, me toca. ¿Quieres hacerme algo de compañía?

El francés dudó. No le apetecía hacerle compañía, le apetecía alejarse de él. Lo de Aioria se le había grabado a fuego en la memoria y aún le molestaba.

-Debo descansar. He estado fuera un tiempo ya y me gustaría dormir.

El escorpión le cerró el paso, acercándose a él, mirándolo fijamente.

-Solo un momento, ya sabes, por los viejos tiempos.

Camus se estremeció sin darse cuenta. Aun le afectaba la cercanía de MIlo.

-Lo que escuchaste... de Aioria... estaba totalmente fuera de contexto, Camus. No lo amo, me gustaría amarlo pero no puedo, porque te amo a ti. -le dijo, sincero, acercándose un poco más.

-Ya deja esas tonterías -replicó altivo el aguador, pero no retrocedió.

Milo le alcanzó rapidamente el muslo con la mano.

-No me digas que no me extrañaste...

Camus dió un ligero salto. Su muslo reaccionó con la fuerza de una bestia espasmódica y se electrizó. Cualquier contacto físico de Milo le provocaba reacciones que no lograba dominar. Intentó calmarse y cerró los ojos.

-Creo... creo que ya no deberíamos acostarnos y dejar esto en tan solo una amistad. -respondió el aguador tajante. Milo sintió una arcada.

-¿Esto es por Aioria? -preguntó.

-Esto es porque lo nuestro es una pérdida de tiempo y mejor terminar en buenos términos. Podemos ser amigos, pero ya no nos acostaremos, ha sido una estupidez.

El griego pudo sentir nuevamente la pared. La pared y el dolor agónico del rechazo de su amado. Debía estar molesto, Camus no le dejaría. Su cuerpo acababa de estallar ante su contacto, tenia cojones que le dijera esa tontería.

-¿No te gusta lo que hacemos?

-Eso no tiene importancia, debemos ser prácticos.

-Pues si debemos ser prácticos deberíamos acercarnos a los árboles nos bajaríamos los pantalones y te follaría a escondidas sin siquiera desvestirme ahora mismo, porque eso también es práctico, hijo mío.

Un atizbo de color llegó a las mejillas de Camus. Ese irreverente lograba ponerle tan nervioso como a un adolescente.

-Te gusta la idea, ya lo he visto -replicó el escorpión acercándose peligrosamente a él. -No dejes esto, Camus, no lo dejes. Te gusta, me gusta, no lastimamos a nadie... por favor... solo, déjate llevar.

Antes de que el francés pudiera protestar, Milo lo alcanzó en un beso, explorando con su lengua cada recoveco de su boca, tal cual le gustaba. Cogió su pelo atrayéndolo a él. Aunque llevaba la armadura, lo pegó tanto a él como pudo.

-Te pondría a cuatro patas ahora mismo -dijo acariciando el muslo trasero del aguador.

Camus se había excitado, no tenía Milo que hacer mucho más que existir para lograrlo, pero no podía permitírselo, aunque quizás, muy en el fondo, el carnero tenía razón y solo era un cobarde.

-¿A qué hora terminas la guardia? -preguntó el francés.

-Por ti, en 5 minutos.

Camus dejó sus ojos en blanco.

-Solo dime cuando la terminas y pasaré por tí.

-Eso es un sí? Bueno, preferiría que me hagas compañía, ¿sabes? Puedo hacerte una pajilla amorosa en 5 minutos aquí detras si te quedas conmigo. -replicó con una sonrisa socarrona.

El galo rió.

-Eres un idiota.

-Y sin embargo te encanta.

Se sentó en las escaleras, después de todo, una charla con su amigo no le vendría mal. Se sentía muy abrumado.

-¿Qué te preocupa tanto, Camus? -le preguntó finalmente el griego.

-Mi hermana. 

-¿Y eso? -preguntó ingenuo. Esperaba que no dijera que le preocupaba Shaka porque él mismo le había regalado a su hermana en una bandeja de plata y eso causaría ligeros problemas luego.

-No entiendo como llegó aqui. Hay algo en la historia que no me gusta. No quiero pero no puedo evitar pensar que así es.

Milo frunció el ceño. No era lo que esperaba pero era aun más preocupante.

-¿Qué crees que sea?

-No lo sé, pero... es demasiado raro. ¿Mi hermana simplemente aparece en Grecia golpeada en las puertas del Santuario? ¿Sin recordar como llegó?

El griego miró fijamente el cielo.

-Quizás no es tan retorcido como crees, quizás solo le robaron y le golpearon la cabeza. Cuando recibes un golpe en la cabeza a veces el cerebro se resetea y no recuerda episodios previos al golpe porque no se "guardaron".

-Tú, especialmente tú ¿estás diciendome que quizas no es tan retorcido como creo? Solo lo dices para hacerme sentir mejor.

-Sí, pero también es una posibilidad, Camus. Si Atena y Dohko no han hecho nada al respecto, lo más probable es que solo sea una tontería de ese tipo.

-Gracias -musitó el francés, casi en silencio. Hablar con su amigo siempre le hacía bien.

-El templo del carnero está vacío si te apetece agradecerme desnudo -sonrió divertido golpeando ligeramente a su colega con el hombro.


Memorias del SantuarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora