3. Te odio

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Camus se acomodó en silencio junto a la mujer, sentándose a su lado sin soltar sus manos, esperando su reacción. La miró dormir, inconsciente. Cuando recobró la compostura, observó a Mu, quien intentaba darle su espacio. Reaccionó algunos minutos después del trance y cuando notó que había cantado delante del carnero, tosió volviendo a su frialdad característica y su compostura altiva.

-¿Que tan grave...? -preguntó el joven, serio.

-Bueno, ha perdido algo de sangre. -asintió Mu interrumpiéndolo -Vendé sus heridas, pero se le ve delgada, algo deshidratada y necesitará algo de tiempo para recuperarse. Alguien la atacó. No sé quien, ni cuando. Quizás fueron los mismos guardias del Santuario, no lo sé. Cuando la encontré, solo dijo tu nombre antes de perder el conocimiento.

Camus lo miró, comprendiendo que Mu sabía quien era.

-No quiero que nadie sepa que ella está aquí. -volvió la mirada a la joven que dormía cubierta de heridas. 

Mu asintió.

-Pues tendrás que pedirle a Milo que guarde el secreto.

-¿Milo? -preguntó Camus abriendo los ojos.

-Está espiando desde hace unos minutos. -afirmó el carnero.

Camus se levantó enfadado y Milo, que observaba en la distancia, se cagó en los muertos del santo de Aries y toda su familia. El joven Acuario rabioso, lo buscó con la mirada y cuando finalmente conectó con los ojos del escorpión, se acercó a el con la furia de una tormenta. Sus ojos, normalmente fríos e impávidos, estaban llenos de ira.

-¡Te pedí que no me sigas! ¡Milo! -Camus lo empujó, sin pensarlo. Era la primera vez que le veía dejarse llevar por las emociones con tanta intensidad. El griego recibió el empujón con asombro. Seguía sin entender, lo único que entendía es que la actitud de su amigo le dolía en cada fibra de su ser.

-¡Dime qué está pasando Camus! ¡Dímelo! ¡habla conmigo! Hablas con Mu, ¡pero no conmigo! Háblame, ¡abre la puta boca de una vez!

Camus no supo cómo reaccionar. Sintió oleadas de emociones golpeándole como si estas fueran un mar y fuese a ahogarse allí mismo. No pudo ver que lloraba, solo sintió la humedad en sus ojos y la furia golpeando su pecho, como un monstruo.

-¡Déjame en paz, Milo! ¡Vete de aquí! ¡No te quiero aquí! Eres un irrespetuoso, estoy cansado de que nunca me escuches! ¡Quiero que te vayas! ¡Que te vayas de aquí! No. Te. Quiero. Aquí. ¿Has oído? ¡Respóndeme! ¿Has oido?! ¡Que te vayas!

El santo de Escorpio frunció el ceño. Sintió que la sangre recorría su cuerpo, hirviendo, envenenada. Quería golpearlo, quería golpearlo tantas veces como pudiera, quería lastimarlo... lastimarlo tanto como estaba lastimándolo el aguador. Allí estaba su respuesta. La había dicho. No, no la había dicho. La había gritado delante de Mu. Se sentía humillado, vulnerable y desprotegido. Su mandíbula se tensó, estaba enojado, herido, celoso, confundido... su cabeza y su corazón eran un torbellino imparable de emociones que lo arremetían como a un naufrago entre las olas.

-Me iré, claro que me iré. No entiendo bien como nos llamamos amigos. Vaya mierda eres, chico. Eres un puto hielo, intentar relacionarme con la pared de este templo sería más divertido y fácil que contigo. Me iré. No es lo que me pides cuando nos acostamos, me pides otras cosas, pero me iré. Es que me olvido que cuando estas desnudo en mi cama eres una persona diferente. Que lástima me das. 

Camus estaba tan fuera de sí que parpadeó desconcertado varias veces mientras su pecho subía y bajaba con profundidad, estaba cerca de hiperventilar. Nunca le habían humillado así, nunca le habían expuesto así. Especialmente Milo. Si bien lo que tenían era un secreto a voces, los caballeros del santuario tenían sus suposiciones pero ninguno de los dos había confirmado nada y solo era un rumor... entre tantos.

Mu lo había oído, fuerte y claro... y si Aldebarán tenía buen oído y un poco de insomnio también podría. Camus lo golpeó, ciego. Fúrico.

-Te odio. -le contestó, preso de sus emociones. Jamás se había sentido tan fuera de sí, tan extraño. Sentía tantas cosas que podría jurar horas mas tarde que había sido poseído. No quería llorar, no quería llorar frente a Milo, pero Camus no era Camus, sino un infante herido en lo más profundo de su ser. -Te odio, Milo. Eres un ser despreciable, irreverente, irrespetuoso. Haces lo que quieres y te escudas en tu famoso "soy así" para hacerlo, siempre, como un niño caprichoso. Estoy harto de tus tonterías. Te pedí algo, una sola cosa, que no me sigas, y aquí estas. Vete. Vete de aquí antes de que te mate. -levantó los brazos dispuesto a congelarlo vivo pero Mu interrumpió.

-Camus... -lo miró -deberías cuidarla, yo acompañaré a Milo a la salida.

Milo, con el alma apuñalada, lleno de odio, veneno y dolor los miró.

-Conozco la salida, no te molestes.

El santo de escorpión partió, dejando a Camus alterado y vulnerado a niveles que nadie había visto jamás. Esa fue la última vez que le vio en semanas.



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