2. El secreto de Camus

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"Et si tu n'existais pas
Je ne serais qu'un point de plus
Dans ce monde qui vient et qui va
Je me sentirais perdu"*

Joe Dassin

(*"Y si no existieras
Yo sería un punto más
En este mundo que viene y va
Me sentiría perdido
")




"Que no le siga dice" se dijo Milo a sí mismo, apretando la mandíbula, tragando en seco. "El cabrón es un puto iceberg, que no le siga dice." 

Evidentemente darle una orden negativa e imperativa al escorpión era en vano. El escucharía lo que quisiera y haría justamente eso, lo que quisiera. Camus debería saberlo mas que nadie, ¿no? Después de todo, eran amigos desde que tenían 7 años.

Cerró los ojos intentando calmarse. Algo sucedía y no sabía qué, pero lo que sí sabía es que Mu había llamado a su amigo/amante a las 4 de la madrugada y su amigo, por sus huevos, se había vestido y se había marchado como si lo persiguiera el mismo Diablo.

Tenía que seguirle, daba igual que Camus le dijera que no. Algo pasaba... ¿y si estaba en peligro? Las cosas en el santuario estaban muy tranquilas luego de la última guerra santa. Por ayudar en dos causas justas, Athena pudo negociar sus vidas, que les fueron devueltas, nuevamente, gracias a sus actos... desde entonces, pocos problemas habían surgido y eso siempre era motivo de celebración. La paz había que disfrutarla, claro que sí....

Pero... ¿y si esa paz se había terminado? Muchas cosas pasaron por su mente, mientras cogía su ropa y se vestía rápidamente para seguir al santo de Acuario sin que este se diera cuenta.

 ¿y si esa paz se había terminado? Muchas cosas pasaron por su mente, mientras cogía su ropa y se vestía rápidamente para seguir al santo de Acuario sin que este se diera cuenta

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Mientras tanto, su joven amigo francés descendía las escaleras como un rayo. Nunca había bajado los 8 templos con tanta velocidad como aquella madrugada. No podía ser cierto, no creería ni una palabra hasta verlo con sus ojos... después de todo, no podía ser. Sacudió la cabeza con un gesto de negación mientras corría escaleras abajo.

La voz de Mu le sacó de sus pensamientos, al llegar al templo de Aries.

-Camus. -lo miró con la serenidad que lo caracterizaba- No se encuentra bien, lo siento. -El jóven de cabellos violáceos hizo una mueca.

-¿Dónde...? -preguntó con la garganta hecha añicos. En su mente, la pregunta sonaba firme pero cuando escuchó su voz resonar en la sala del templo del carnero, sonaba a animalillo herido.

-En mi habitación -replicó Aries señalándole el camino con un gesto.

Milo intentó ser lo más sutil posible, pero su interior era un infierno de dudas y curiosidad, que se arremolinaban desde su estómago como un huracán. El santo guardián de la primera casa le cruzó el paso, sabía que aparecería por allí tarde o temprano.

-No te he llamado a ti, Milo -le dijo, tajante y algo serio. Mu era un joven generalmente amable, pero podía ser bastante... bastante Mu.

-Pues si pasa algo con Camus, yo quiero saber -dijo en voz baja el escorpión. Sentía fuego en sus entrañas.

-No sucede nada que te concierna a ti, Escorpión. Puedes volver a tu templo -replicó Aries, serio.

A Milo se le acababa la paciencia rápidamente y aquello comenzaba a fastidiarle.

-Mu, no tengo tiempo para ti. 

-Pero sucede que estás en mi casa. -le desafió el carnero.  

-Me da igual, Mu, quiero saber que sucede. Déjame pasar. Por favor.

El joven de Jamir lo miró. El enamoramiento que llevaba el joven escorpión con su colega era innegable, pero era tan irreverente todo el tiempo que aunque su corazón y sus intenciones fueran muy puras, si seguía presionándole, tendría que invitarlo a salir de su templo por la fuerza. 

-Lo siento, no puedes. Si quieres puedes preguntarle a Camus por la mañana. Ahora necesita tranquilidad... y tu, Milo... debes volver. Es tarde. Vuelve por favor.

El santo de oro de Aries se dio la vuelta e ingresó nuevamente a su casa, ignorando los ojos del escorpión que vibraban frenéticos.

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El estómago de Camus dio un vuelco tan fuerte que pudo sentir su pulso acelerándose y las sienes le latieron con fuerza. Tragó saliva pero su garganta estaba seca, seca y hecha un nudo. Intentó calmarse sin demasiado éxito, su corazón, normalmente gélido y estable, golpeaba apresurado y agitado dentro de su pecho. Mu ingresó a la habitación en silencio, permitiéndole al santo de Acuario un momento. 

El francés se acercó a la cama, temblando.

-Mon petit ange*. -susurró perdido, al universo. No notó que hablaba su idioma natal, ni que ese pensamiento se había escapado por su boca. Tampoco registraba la presencia de Mu. Sus ojos se fijaron en la mujer que yacía en la cama de aquella habitación minimalista del tibetano.

Milo abrió los ojos, enormes, azules, feroces. Estaba petrificado. Llevaba años sin escuchar a Camus hablar en francés.

La orden de Mu de volver y la orden de Camus de no seguirlo habían quedado en algún lugar del universo, perdidas, porque allí estaba, observando todo en shock. ¿Quién era esa joven? ¿Por qué Camus, el puto iceberg de los cojones, estaba allí totalmente perdido, acercándose como si... la quisiera. Quería gritar.

La voz de su amado llegó a sus oídos con suavidad. Camus hablaba, perdido, aturdido. La frialdad que le caracterizaba se había derretido en segundos para dar paso a un hombre totalmente vulnerado.

-Je suis tellement content de te voir, mon petit ange.**

Milo tragó en seco. No entendía ni una palabra, pero jamás en su vida había visto a Camus tan afectado. Sintió que alguien le apuñalaba el corazón cuando el joven cogió las manos de la mujer y la miró, con un amor que nunca había visto en los ojos azules y fríos del santo de Acuario. ¿Qué estaba sucediendo allí? ¿Quién era esa mujer y por qué había aparecido en la cama de Mu a las 4 de la mañana? Quería sacudir a su amigo, quería golpear a Mu, quería meterse en la maldita habitación y entender... necesitaba entender.

Camus, ignorando la presencia de Aries, en un estado que jamás había presenciado, comenzó a acariciar el cabello de la joven...

-Et le vent du Nord les emporte... -susurró, cantando. Milo abrió los ojos, anonadado. No escuchaba a su amigo pronunciar una palabra en francés desde que llegó al santuario y esporádicamente se le escapaban unas frases cuando leía algo, casi en silencio. Estaba asombrado, un poco fascinado y a la vez, enojado. El galo continuo cantando, y su voz llego suave a los oídos del escorpión.

¿Qué estaba sucediendo en la casa de Aries? 

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Traducciones:

*Mi pequeño ángel.

*Estoy tan feliz de verte, mi pequeño ángel. 

Memorias del SantuarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora