¿Hola, hola? ¿Está grabando? Bien: tres, dos, uno y...
¡Hola! Mi nombre es (T/N), y les hablo desde el bosque de mi ciudad; es medianoche, y creo que algo extraño está sucediendo aquí.
· · · ·
(T/N), una exploradora urbana, decide graba...
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—No puedo dejar que un humano ajeno al proyecto sepa de mi existencia —Kid repitió como un robo-, oh, era un robot. Déjalo.
—¿Y entonces qué? ¿Vas a matarme? —Se arrepintió de decir eso, pues no quería saber la respuesta, pero el miedo habló por ella.
—Debería —respondió sin emociones—. Pero...
—¿Pero? —repitió con desconfianza, intentando apartarse de él lo máximo posible.
—No tendrías de qué preocuparte si dejaras de ser un humano ajeno al proyecto. —La joven se lo quedó mirando.
—En cristiano, por favor.
—Ayúdame a recuperar el elemento AIM.exe. Entonces, formarás parte del proyecto y no tendré que matarte. —(T/N) no se lo acababa de creer.
—Y cuando lo encuentres, ¿qué? ¿Me matarás cuando ya no me necesites? —(T/N) no era tonta. O, al menos, no tan tonta.
—No. Eso va en contra del protocolo. La vida de los humanos relacionados con el proyecto no será puesta en peligro a menos que éstos intenten poner en peligro el propósito del proyecto.
—¿Y cuál es ese propósito? —preguntó, aún no muy segura.
—Ahora mismo, encontrar el elemento AIM.exe. Es muy importante porque es donde se especifican todas las instrucciones que debo seguir. Es mi razón de existir. Una vez encontrado mi propósito final, serás libre. Tu integridad física estará a salvo.
(T/N) frunció el ceño. Aquello sonó algo triste. No se fiaba de él, pero tampoco le quedaba otra opción. Debería mentir a sus amigos y decirles que fue un error; que no vio a ningún androide ni nada parecido.
—De acuerdo, te ayudaré —pronunció esas palabras con dificultad, sintiéndose como si estuviera vendiendo su alma al diablo. Y la sonrisa que le regaló el androide no la calmó.
—Perfecto. Tenemos un trato. Dame tu mochila. —Extendió la mano.
—¿Perdón? —Arqueó una ceja.
—Haz lo que te digo. —(T/N) puso los ojos en blanco y le entregó la mochila.
El pelirrojo se puso a guardar herramientas y documentos en su mochila ante la atónita mirada de la joven. Ni siquiera tenía ganas de preguntar qué estaba haciendo.
—¿Por qué quieres encontrar ese elemento? —preguntó con genuina curiosidad. Kid giró la cabeza para mirarla, sin parar de recoger objetos.
—Es mi misión. Está en mi programación que debo tener ese archivo para- —la chica lo cortó.
—No me has entendido. ¿Por qué? —preguntó con más intensidad, como si eso fuera a hacer que el androide la entendiera mejor—. ¿Por qué querrías seguir órdenes? Esos científicos están muertos, no tienes que hacerles caso —le explicó—. Ahora eres... libre. —Frunció el ceño en señal de confusión. La cara de Kid denotaba más confusión todavía.
