18| Parte III | Atrapados

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«Densa, asfixiante y cegadora neblina me acaricia con deseo; desapareciendo mis piernas, las cuales se funden con la estela grisácea, volviéndose así la terminación perfecta de un ancestral vestido de gala. El dorado y abundante cabello ondulado cae en cascada sobre mi hombro derecho. Mi pecho apenas es cubierto por una tela violácea, convertida en una segunda piel, que muestra mi espalda descubierta y desciende en un corte en «V» hasta mi ombligo en la parte frontal; haciéndome sentir partícipe de algo escabroso, poderoso e imposible de evadir.

He perdido la noción de mí misma y del tiempo que llevo transitando por el estrecho camino formado por piedras angulosas que provocan que trague en seco cada vez que accidentalmente tropiezo con ellas, quedando a menos de un centímetro de mi rostro sus afiladas terminaciones. Rodeo varias con extremo cuidado, abriendo mis ojos desmesuradamente ante el viento que ulula con tenebrismo, tal como si hablase y me pidiera detenerme.

La inquietante y espectral neblina húmeda me abraza y rodea, insertándose en mis huesos con brusquedad su soledad. A mis espaldas y costados no puedo discernir nada. Nada menos que su formidable esencia, la cual me incita a seguir mediante el único trazo repasado al parecer tantas veces, sin siquiera emitir palabras. Y sigo un andar aferrado a la vida y la muerte a través del sendero repleto de hierbas muertas que crujen bajo mis pies. Su sonido llena el lugar como un eco transitorio y fantasmagórico.

Tengo miedo. Miedo a gritar y que la voz que pueda oír no sea mi eco.

Mis dientes castañean sin piedad y mis pies descalzos ruegan a punto de llorar que me detenga. Sin embargo, rodeo mi cuerpo con mis brazos para aferrarme a algo más sólido. Yo misma.

El anfractuoso camino se disipa hasta dejarme al frente de dos figuras que imitan ser gigantes que amenazan con aplastarme e intimidarme con su sola presencia. Lanzo una mirada rápida sobre mi hombro, solo notando como mi acompañante se arremolina como un tornado a mis espaldas.

Paso saliva una vez más.

Juego con mis dedos y llevo inconscientemente una mano hasta mi cuello, percatándome que no tengo mi dije. Mis respiraciones duplican su velocidad y comienzo a ver el paisaje como el borrón indeseable de un artista frustrado.

Asiento a la nada, tal como si entendiese mi decisión. Tal como si fuese mi confidente. Doy un trémulo y corto paso, así mismo uno más, logrando dar uno detrás del anterior con fluidez hasta adentrarme al sendero que cursa en medio de dos montes tan rojizos como el ladrillo. La neblina se adentra detrás de mí como la extensa cola de un vestido de novia que hace su entrada triunfal hacia el altar.

Un débil halo de luz atraviesa mi rostro, haciendo que cierre mis ojos y dé un último paso a lo desconocido.

Abro mis orbes cerúleos y separo mis labios con indiscutible sorpresa, conteniendo el aliento. Retrocedo un paso, sin embargo, una fuerza superior a mi deseo me doblega y postra al piso arrodillada, obligándome a ver la agonía de una imagen viva y muda. La vista dramática y enigmática me toma entre sus garras, sin derecho a alzar mi voz.

La gruesa cruz invertida ensangrentada de forma blasfema se impone en medio de la niebla, envuelta en espinos de acero tan peligrosos como los escorpiones que la rodean. El fuego que desprende desde su nacimiento en el punto más alto de la colina rocosa y ensangrentada se enzarza a la figura que cuelga de ella en una agonizante posición, amenazando con caer ante el más mínimo viento.

El débil cuerpo blanquecino cae con mortuoria frialdad, apenas cubierto por el opaco vestido perlado, manchado de sangre carmesí y roto en cada centímetro de piel. El delgado y delicado rostro abrasado por la culpabilidad revela una frente tan rasguñada y abierta por espinas secas y lacerantes que desprenden líneas negruzcas que descienden en las sienes del cadáver, manchando su cabello de atemorizante oscuridad.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora